Casa Comercial Carlos Cardenal en la Avenida Roosevelt en Managua. Foto de Nicolás López M.
Texto de
Mario Tapia
Desde mí llegada a Managua en 1960. Vi crecer a Managua durante doce de sus mejores años. Las exportaciones de Nicaragua estaban por mil millones de dólares anuales. Para muchos el país era el granero de Centroamérica. La música en los radios era de Los Beatles, Barrabás, Los Santanas, Grupo Malo, Los Mitos, Rocío Durcal, Los Iracundos, Los Ángeles Negros, a los que se sumaban una gran cantidad de grupos musicales de toda Nicaragua. Tiempos aquellos del pelo largo, los pantalones campana de Diolén, Corduroy y azulón, pero también de las impresionantes y sugestivas minifaldas.
Era Diciembre y las tiendas de Managua exhibían en sus vitrinas sus mejores ofertas: vestidos chemisses, pantalones talle alto e inmensas campanas. Era el último alarido de la moda y todos los jóvenes los usábamos.
Todos los fines de semana había fiestas en el Club Internacional (donde los estudiantes del Modesto Armijo coronamos y celebramos a nuestra Reina Bertha Wheelock), el Gimnasio y tabloncillo del Instituto Nacional Ramírez Goyena en donde amenizaban desde Los Music Master, Los Rocket, Los Rambler o Los Panzer se mantenía a reventar. La música era de lo mejor y para todos los gustos. Estaban en su apogeo “La Tortuga Morada” y “El Charco de los Patos”.
Instituto Nacional Miguel Ramírez Goyena.
El diario Novedades de Somoza estaba imprimiendo en su nueva rotativa sus separaciones de colores, destacando en la primera plana las fotos de la Serie Mundial de Béisbol que recién se había realizado en el país. La selección de Nicaragua había hecho uno de los mejores papeles de su historia.
El día trágico
El día anterior había sido un día normal y alegre para los trabajadores de Managua y del país. A muchos nos habían pagado nuestras prestaciones sociales (vacaciones y aguinaldo). Yo trabajaba para el Ingeniero Enrique Bolaños Geyer (Hoy Presidente de Nicaragua) en su empresa Serigráfica S. A. trabajan, además, en la empresa mi buen amigo y fundador del Grupo Praxis Orlando Sobalvarro “El Búho”, Julio y Salvador” La Zorrita” Medina, La Estela y Ariel Díaz, Horacio Ortega, mi hermano Carlos Tapia y mi primo político Evertz Alemán, Israel Ampié, y Adriano Guillermo Guillen. En la parte administrativa trabajaban el Ing. Enrique Bolaños Geyer, Rafael Lezaje, Enrique Bolaños Abaunza, su hermana Lucía, su primo Patrick Bolaños Devis y Ana Alegría. En la empresa Serigráfica trabajé varios años hasta el día del terremoto de 1972. Fue mi primer trabajo remunerado de mi vida. La empresa Serigráfica fue trasladada a “El Raizón.
Recuerdo que ese día después que nos pagaron, como era casi costumbre de un grupo de compañeros de trabajo, siempre íbamos a comer al restaurante chino “Gran Asia” o si no al “Álamo” que estaba ubicado una calle hacia al Norte de por medio frente a la “Farmacia 22-24”. Comimos y nos tomamos algunas cervezas. Después cada cual cogió en dirección de su casa.
Pescadores con sus botes del Barrio de Pescadores de Managua. Foto tomada de internet.
Yo, como siempre, me fui en dirección de la mía, pero antes pasé en El Jardín Central en donde me tomé una cerveza. Momentos antes había comprado el último disco de Los Santana, el último de Los Beatles “Let It Be” y “Bayou Country” de Los Creedence Clearwater Revival, en la “Tienda Alicia”.
Al llegar a mi casa en la Colonia González, frente a la entrada principal del Instituto Nacional Ramírez Goyena, en la Panadería de mi tía Madelina Montenegro Gutiérrez (en donde yo vivía y que a la muerte de ella la maneja su esposo y primo hermano Humberto García Gutiérrez), estaba como la primera vez que llegué a Managua: atestada de sartenes llenos de diferentes panes y encargos especiales. Ya eran como las siete de la noche del 22 de Diciembre. Entré a mi cuarto que estaba al costado oeste de los hornos y de la casa, y deje mis discos en una valija de cartón comprimido en donde todos los fines de semana llevaba y traía mi ropa de Masatepe. El calor era insoportable a lo que se sumaba el de hornos. Mi cuarto era un infierno de caliente.
Doña Madelina Montenegro Gutiérrez y su esposo y primo hermano Humberto García Gutiérrez, con sus hijos.
Ya no me podía ir a Masatepe pues no circulaban buses de noche, como ahora.
Opté entonces por salir a caminar y tomarme una cerveza más, esta vez en un pequeño bar llamado “La Casita” que había contiguo al Cine María, al lado arriba.
Yo vivía frente al Instituto Ramírez Goyena, estaba acostumbrado a caminar a diario mañana, mediodía y tarde de mi casa al trabajo y viceversa. Atravesaba todo los días el corazón de la ciudad y la Avenida Roosevelt, la Bolívar, la Calle 15, la Trébol y muchas veces escogía la calle por donde haría mi recorrido, para ir curioseando las nuevas cosas de las tiendas. Era la Managua que se podía recorrer a pie. En muchos de los casos, pasaba saludando a mi padrino de pila el concheño Dr. Orión Carrasquilla, quien era Juez del Distrito de Managua y vivía cerca de la Casa Liliam.
Panorámica de los bancos de Managua. Foto de Nicolás López M.
Los vecinos de la casa de mi tía Madelina, frente a la entrada principal del Goyena, eran los Silva que tenían una pulpería, el abogado Manuel Marenco quien fue famoso por defender a las mercaderas de Managua, la industria “Espejos Zamor” de don Manuel Zamora y al lado arriba la casa del General Benavente. En la esquina noreste vivían los empresarios de buses chontaleños, Los Toledo.
Cerca del Instituto Ramírez Goyena existían varios cines: El Tropical, que no tenía techo hacia abajo, El cine Darío, hacia el Sur, El cine Trébol dos calles hacia el lago en donde presentaban dos películas por un córdobas, El Luciérnaga más hacia el lago por la cervecería y El Cine María que era el más nuevo y en donde tenía intenciones de ver una película y entretenerme mientras pasaba el ajetreo de hacer pan en mi casa. No entré al cine, más bien me metí al bar “La Casita”, me tomé de una a cuatro cervezas. Entre una y otra se dieron las diez de la noche. A la diez y cuarto, un pequeño temblor movió las botellas vacías que tenía sobre mi mesa. Sin embargo, aunque no me llamó la atención el pequeño temblor, decidí irme. Llamé a la Rita, nombre de la dueña o administradora del pequeño bar que de vez en cuando visitaba, y le pedí la cuenta.
Me despedí de ella y me fui a mi casa. Recuerdo que Rita era una mujer hermosa, alta y con un cuerpo escultural. Tenía una cicatriz en su rostro, no recuerdo a que lado, pero a pesar de eso, su cara era muy agradable. No sé si murió o sobrevivió. Nunca la volví a ver.
Al llegar nuevamente a mi casa todavía estaban los panaderos trabajando. Opté entonces por irme a dormir. Con tanto calor decidí desnudarme totalmente y me dormí de inmediato, no sé si por cansancio o por las cervezas.
A las 0:28 horas
En cosa de segundos, yo estaba en medio de la calle frente al Goyena a como Dios me mandó al mundo. Desnudo totalmente. La puerta no se abrió, tuve que salir por una grieta que se produjo en la parte inferior de la pared de taquezal de mi cuarto, y saltar por la ventana de la sala que daba a la calle. Ya estaban afuera los panaderos, entre ellos Mario, no recuerdo su apellido. Estando en la calle me percaté que mi abuela “Mamafilena”, quien como de costumbre había llegado a Managua a ver a sus hermanas estaba dentro de la casa, así como mi tío abuelo Humberto García Gutiérrez. Sin medir ninguna consecuencia regresé a buscarlos para sacarlos del peligro y de paso también busqué algo para taparme mis desgracias, pero sólo hallé un mantel a cuadro sobre el comedor en donde estaba una gran pana llena de huevos, la jalé y con eso me cubrí-
Los temblores siguieron unos más grandes que otros. A la una y dieciocho minutos de la madrugada, mientras mi “Mamafilena” rezaba a todos los Santos, los demás nos agarrábamos unos a otros, como protegiéndonos del peligro. El pavimento se movía de un lado a otro como una ola de asfalto. Don Manuel Zamora dueño de la Industria “Espejos Zamor”, era un anciano que casi siempre estaba peleando con su mujer, esta vez pedía auxilio desde el fondo de su casa que era vecina a la nuestra. Con una lámpara de mano que un panadero había sacado de la casa, les alumbré para que salieran en medio de cantidad de espejos rotos. Llegó el otro violento sismo, esta vez más fuerte o talves lo sentí así porque el anterior me agarró dormido.
Las únicas luces en las calles eran las de los vehículos. Algunos, incluso, corrían contra la vía. Se escuchaban gritos y lamentos de mujeres. Algunas de ellas salieron igual que yo. ¡Desnudas! Se oían explosiones en las algunas gasolineras y los incendios comenzaron a devorar todo lo que encontraron. Un crujido ensordecedor comenzó a escucharse. Era como que si el mar viniese sobre nosotros. El cielo se tornó rojizo con el polvo, el Instituto Nacional Ramírez Goyena se había rendido ante el violento sismo y se derrumbó como castillo de naipes. El radio National de uno de los panaderos comenzó a dar noticias desde Honduras. ¡Se hundió Managua! Las aguas del Xolotlán llegan hasta la Colonia Centroamérica continuó diciendo el locutor. Los temblores continuaron, no sé si era el miedo o mis nervios los que me hacían temblar, pero los sismos eran continuos. Horas o tal vez minutos después de los dos terremotos decenas de carretoneros y centenares de personas pasaban sobre la calle del Goyena procedente del Mercado Oriental y la esquina del “Gato Abraham” y el prostíbulo “El Cuarto Bate”, a los minutos iban de regreso con cualquier cosa sobre sus espaldas o en sus carretones. El saqueo estaba en lo fino.
A las seis de la mañana tenía enfrente a mi madre, que de Masatepe había llegado no sé ni en que, ni cómo. Pero estaba ahí para ayudar. Recogí mis pocas cosas entre ello mi valija de cartón comprimido que, quizás con el primer sismo, se cerró y protegió mis tres discos que ahora, 47 años después todavía los conservo. Días después me di cuenta que la había llevado a Managua en su carro su vecino en Masatepe el Teniente Eddy Thomas.
Con mi madre Aura Luz.
Con los primeros rayos de sol también bien se iluminaron los muertos que sus familiares habían colocado sobre las aceras, y también se iluminaron los rostros de las casas destruidas. Los postes del tendido eléctrico se cruzaban sobre las calles y avenidas como impidiendo el paso hacia el más allá. Como queriendo saber si iba a tener trabajo o no, me fui a La Serigráfica. Antes de llegar a la empresa muchos guardias requisaban cosas a los saqueadores en las esquinas de la Avenida Roosvelt y La Bolívar. Recuerdo el edificio F.C Reyes estaba doblado hacia el sur, y que con tremendo miedo pasé debajo de él. En las calles había de todo, gente saqueando, heridos y muertos.
Los cartuchos que guindaban de los agujeros del torreón de la cárcel conocida como “El Hormiguero” solicitando una limosna ya no estaban. Esa era una práctica de los presos para poder comer, y fue donde tantos nicaragüenses fueron torturados y humillados.
Los cubanos como siempre los primeros en auxiliar
Managua era noticia en el mundo otra vez. La primera fue la realización de la serie Mundial de Béisbol Amateur, y Managua fue su sede principal. Nicaragua había conquistado el Sub – Campeonato Mundial y Cuba, como siempre, el primer lugar. Fueron los hermanos cubanos los primeros en llegar y ofrecer su ayuda. Una brigada médica fue rechazada por la dictadura somocista. Roberto Clemente, que había estado durante la Serie Mundial como mentor del equipo Puertorriqueño, partió con ayuda desde Puerto Rico hacia Nicaragua para nunca más volver. Dios lo tenga en su reino. Los cubanos después del Huracán Joan en 1988 también fueron los primeros en auxiliar.
Somoza se hizo nombrar el Superministro de Reconstrucción de la Capital y suplantó al llamado “Triunviro” de Lovo Cordero, Roberto Martínez y Fernando Agüero. Somoza se enriqueció aún más y robó cuanto quiso de la ayuda internacional. Se realizaron compra – venta de terrenos como negocios inverosímiles.
Diez mil muertos dejó oficialmente el terremoto del 23 de diciembre de 1972. Más de 25 mil heridos y una diáspora de más de 250 mil personas buscando refugio en todas las direcciones del país. Hubo desesperanza, hambre, falta de trabajo y pobreza. Las enfermedades se incrementaron igual que las ratas. Mi madre y yo con mi pequeña valija caminamos hasta el Mercado Bóer en busca de transporte y nuestra compañera, “La Luz”, una lora copete amarrillo que murió después de los 50 años y que era propiedad de la tía Madelina y que yo llevaba posada sobre un trozo de madera. La gente a nuestro paso expresaba. ¡Pobre gente… sólo la lora salvaron! Regresé acompañado de mi madre a Masatepe en uno de los primeros buses. Mi Mamafilena se fue a buscar a sus hermanas en la 27 de Mayo. El sismo no sólo destruyó edificios e iglesias como la Catedral, sino que también destruyó centros nocturnos y moteles como el de Padre Siero cerca del Valle de Ticomo, en la carretera Sur. La destrucción de Managua fue casi total.
Doña Filena Montenegro Gutiérrez con sus hijos Carlos Tapia Montenegro y Rigoberto Tapia Montenegro.
La Navidad del 72 la celebramos varios amigos en el atrio de la Iglesia Parroquial de Masatepe, con un trago de Tequila de una botella que llevó Marcelino García Gutiérrez de su casa en compañía de mis amigos Olegario Casco, el héroe Sandinista Manuel Sánchez García y Oscar Álvarez Calero. Fue un brindis como para no olvidar nunca la Managua de ayer. Muchos masatepinos residentes en Managua habían regresado al pueblo contando con lujo de detalles su tragedia vivida durante el terremoto del día anterior.
Mario Tapia en su casa habitación frente al Instituto Nacional Miguel Ramírez Goyena en 1972.
A 47 años de distancia de la última muerte de Managua, nuestra capital es todavía una ciudad sin rostro, sin CORAZÓN y sigue sufriendo el peor de los terremotos: ¡Su clase política! Su población ha crecido tres veces con relación a la de 1972, y ahora tiene 850 barrios, de ellos 350 son ilegales. Se estima que para el año 2020 tendrá un millón habitantes. Es la novia desarreglada harapienta y sucia de un Xolotlán olvidado y hediondo, que igual que Managua espera curar sus heridas tal vez antes de otra muerte anunciada. ¡Su séptimo terremoto!
Nuestro director Mario Tapia y su abuela Filena Montenegro Gutiérrez
(*) Artículo publicado en diciembre del 2002.