En 1867, el Masatepino Ramón Zuñiga publicó por primera vez el libreto de El Gueguense, en Masatepe.
Especial para la Revista Cultural Gente de Gallos.
Por el Doctor Jorge Eduardo Arellano
Secretario de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua.
Cuando ya se había consolidado el dominio colonialista sobre las poblaciones indígenas de filiación mesoamericana en la zona suroccidental de la provincia española de Nicaragua (la Manquesa, conocida hoy por la Meseta de los Pueblos), surgió la obra teatral EL GUEGUENSE, integrado a las fiestas patronales y manteniéndose más o menos vivo. En 1867 el escritor granadino lo vio escenificarse durante las fiestas de San Jerónimo. Ese mismo año, en Masatepe el señor Ramón Zúñiga hizo una copia del texto o libreto. En 1873 el lingüista Juan Eligió de la Rocha (1815 – 1873) guardaba dos copias, recogidas no sabemos en qué pueblos; al año siguiente basadas en una de ellas el investigador alemán Karl Hermann Berendt transcribió el primer manuscrito conocido y casi completo, dando al mundo la noticia de su hallazgo.
Esta transcripción la realizó en Masaya, en cuya fiesta de San Jerónimo se representaba El Güegüense, aunque sus parlamentos y palabras en náhuat eran ininteligibles debido a la consolidación del español en la zona del Pacífico operada desde finales del siglo XVIII. Mas esa representación se circunscribía a los pueblos pertenecientes a los actuales departamentos de Granada, Masaya y Carazo. Por eso Rubén Darío, quien pasó su infancia y adolescencia en León y Managua, nunca pudo presenciarla.
En 1908 otro alemán, WaIter Lehmann, sacó en limpio un segundo manuscrito conocido con más parlamentos – a partir de la copia de Zúñiga, pero tomando en cuenta otras versiones que había visto y escuchado, por ejemplo en Nandaime. En los años 30 del siglo XX, el nicaragüense Emilio Alvarez Lejarza localizó una tercera copia – aunque fragmentaria – en Catarina. En 1944 un miembro del Taller San Lucas de Granada, Salvador Cardenal Argüello, grabó parte de su música en San Marcos; lo mismo realizó, seis años más tarde, en el citado pueblo. Pero fue hasta 1967 que Cardenal Argüello hizo una grabación completa tanto de la música como del texto oral en Diriamba.
La supervivencia folclórica, pues, hizo posible su rescate: mérito que en Nicaragua corresponde a los miembros del Taller San Lucas, especialmente a Pablo Antonio Cuadra y Salvador Cardenal Argüello en los años 40, cuando muchas personas mayores de ascendencia mestiza de los departamentos citados aún sabían el texto de memoria. No en vano El Güegüense – identificado popularmente como «Macho Ratón» – había ocupado los atrios y las calles de esos pueblos desde la época colonial, no sin las interrupciones inevitables del siglo XIX.
En 1951 circuló un documento impreso – una hoja suelta o volante- en Nandaime acerca de la supervivencia folclórica de nuestra pieza.
En ella, José Carmito Guadamuz solicitaba ayuda económica para contratar a los músicos y dirigir a los actores en los ensayos de los bailes, parlamentos, pausas, y también para adquirir nuevo vestuario. Más esta supervivencia sólo se mantuvo, como vimos, en Diriamba y dentro del contexto de la fiesta patronal.
El Cabildo Real Indígena de Nuestra Santa Madre Iglesia
Por tanto, debemos considerar a la institución comunitaria de ese pueblo indígena y mestizo que, por lo menos desde principios del XVIII, ha promovido las festividades de su patrono: San Sebastián. Nos referimos al Cabildo Real Indígena de Nuestra Santa Madre Iglesia que aseguró la representación secular de varios «bailes» utilizando de escenario esa forma amplia de dominación cultural que era la fiesta patronal; forma que llegaría a constituir «El más coloreado y concreto símbolo de la fusión y el choque del alma española con la indígena».
Realmente, en la segunda mitad del siglo XX las principales fiestas patronales del país fueron las de Masaya y Diriamba, superando a sus vecinos en la conservación de sus patrimonios folclóricos. Si la primera ciudad (con veinte mil habitantes en la década de los sesenta) ha merecido el título de capital del folclore nicaragüense, la segunda (con quince mil en la misma década) ha realizado siempre la fiesta de más colorido en Nicaragua.
Antes de relacionarla con El Güegüense, es preciso recordar que esa festividad tuvo evangelización – o transformación ideológica – generada por el proceso de la conquista; y que, una vez consolidada dentro del orden colonial, se vincularía directamente a la actividad productiva. Tal lo señala en su folleto Comercio, periódicos y folklore de Diriamba (1979) un intelectual de la localidad, Jaime Serrano Mena:
«…Los autóctonos, que tradicionalmente venían de las comarcas vecinas en fechas próximas al 20 de Enero, según el calendario solar, para la celebración de alguna fiesta pagana, también lo hacían con el interés de realizar intercambios de mercancías».
Y enumera esas mercancías: objetos de cerámicas, granos, cueros, conchas, hilos, etc. Tomando en cuenta, por tanto, el carácter económico de la celebración ancestral – ya transformada en culto católico de San Sebastián – los remotos pobladores de Diriamba se disponían para recibir a los visitantes construyendo enramadas que le sirvieran de alojamiento y preparando comidas y bebidas para facilitar las operaciones comerciales.
Generalizado a lo largo de la América hispánica, dicho fenómeno se observaba claramente en Masaya durante el siglo XIX. Su fiesta de San Jerónimo, desde entonces, era famosa porque recibía entre cuarenta y cincuenta mil personas – afirma el viajero francés J. Lafarriere en su obra Notas de voyages au Centre – Amerique, impresa en 1877 – atraídas por una feria comercial. Esta duraba, según otro francés – Desiré Pector – ocho días, añadiendo que se trataba de una «gran feria comercial muy concurrida». Pector agregaba en su obra, publicada en 1893, que con motivo de dicha feria tenían lugar «corridas de toros, fuegos artificiales, representaciones teatrales, etc.» (el subrayado es nuestro). Pero a Brinton, quien nunca estuvo en Nicaragua, se le escapó nombrarla.
Sin embargo, el investigador norteamericano ha dejado unos interesantes datos acerca de la representación de El Güegüense durante el principal día de esta festividad, cada 30 de Septiembre, en Masaya. Y, en concreto, sobre los preparativos serios, costosos y complicados de la obra que la habían conducido a su decadencia. De ahí que informa: «En otros tiempos los ensayos se llevaban a cabo diariamente, algunas veces durante seis y hasta ocho meses consecutivos, antes de su presentación en público. Los actores aportaban sus propios disfraces, lo cual requería un esfuerzo considerable. A pesar de ello abundaban siempre los candidatos, ya que no sólo se consideraba un honor el participar, sino que también, el mayordomo o mayordoma de la fiesta, que hacía la promesa de presentar el baile, estaba supuesta a repartir refrescos, alimentos y bebidas en cada uno de los ensayos. Como los apetitos solían ser voraces, y las libaciones abundantes, podía representar casi la ruina económica para alguien de modestos recursos el comprometerse a tal promesa. Por esta razón, conforme me escribe el Dr. Earl Flint, esta costumbre (el montaje de El Güegüense) ha sido ahora abandonada y posiblemente no resurgirá, al menos en su antiguo esplendor».
Y así fue En cambio, Diriamba – pueblo indígena y mestizo de la misma región y con el sustrato cultural a la que pertenecía la obra – aseguró la conservación de esta actividad tradicional, como ya fue anotado, a través del «Cabildo Real Indígena de Nuestra Santa Madre Iglesia». Al Doctor Leopoldo Serrano en su Crónica folklórica de las festividades de San Sebastián de Diriamba (1960) y al poeta Juan Francisco Gutiérrez, ambos diriambinos, en su nota de rescate del mismo «Cabildo…», se les debe las únicas noticias impresas sobre esta institución.
Organización comunitaria de Diriamba formada en la época colonial, seguramente en el siglo XVIII, y forjada corno su nombre lo indica – por la Iglesia, dicho «Cabildo…» o Cofradía tenía la finalidad de mantener, con la mayor pureza posible, el culto sostenido al titular o patrón de la localidad: San Sebastián. Sus funciones concretas – ya dentro del mundo de la fiesta diriambina – eran y continúan siendo:
- Dar posesión al mayordomo en la puerta de la parroquia (hoy Basílica) que se conoce con el nombre de Puerta del Perdón.
- Dar posesión al cuerpo de Alféreces y al cuerpo de Tenientas para un periodo de tres años.
- Recibir anualmente doce insignias del «Cabildo» -pequeños crucifijos – el 2 de febrero, día en que la Iglesia conmemora la purificación de Nuestra Señora, más conocida por los fieles como el día de Candelaria.
- Alzar la mesa al concluir las fiestas de San Sebastián.
Como se ve, éstas no se concentran en un solo día sino que abarcan diez: del 17 al 27 de Enero. De hecho, se inician el 19 con el «tope» de tres imágenes: los patronos de Diriamba (San Sebastián), de San Marcos (Ídem) y Jinotepe (Santiago). Desde luego, el 20 es el día principal: después de la solemne misa mañanera, a las diez comienza la procesión que recorre las calles de la ciudad, pasando por la casa del Mayordomo o Mayordoma y ofreciendo durante su recorrido bailes folklóricos. En las últimas tres décadas del siglo XX, sólo pudieron admirarse «Las Inditas», «El Toro Huaco» y el «Original del Gigante»; pero antes se representaban el «San Martín», el «San Ramón» (ambos dialogados) más la comedia – bailete El Güegüense o Macho Ratón, aunque no con sus parlamentos completos.
Como lo sostiene el Doctor Serrano, primera autoridad del folklore diriambino, «los romeristas de todas partes del país cumplen sus promesas ante el Santo. Van de rodillas, cuadras y cuadras, sobre el duro pavimento y depositan ex – votos y limosnas en dinero». Además, señala que es el Mayordomo quien se hace cargo de los gastos ocasionados por las celebraciones del día del Santo y la Patrona costea la Octava que, como el primer día, se celebra con idénticos actos el 26 y el 27 de Enero. Pero después del 26 ya no se le obsequia nada a nadie.
Así lo expresa el poeta Juan Francisco Gutiérrez en su nota citada, donde cuenta que en 1918 la Mayordoma de las fiestas era una respetable señora que intentó demandar la posesión de su cargo arrodillada sobre una pequeña alfombra que había traído consigo. Pero «El Cabildo», unánime, se lo negó, ya que «en nombre de la tradición – especifica el poeta Gutiérrez – exige para estas ceremonias la rodilla en tierra si se trata de un varón, o por cortesía en un petate, si se trata de una dama. La de la anécdota, fallecida ya, tuvo que arrodillarse sobre el común petate indígena».
En cuanto a la segunda función del «cabildo» («dar posesión al cuerpo de alféreces y al cuerpo de Tenientas para un periodo de tres años») observamos que conserva su carácter de «milicia divina», es decir, que se remonta – en su estructura – al proceso de la conquista. Gutiérrez detalla respecto: «Los alféreces, en número de cien, constituyen la Guardia de Honor de San Sebastián y son, a la vez, ayudantes del Mayordomo o Mayordoma, por cuanto contribuyen al mayor esplendor y boato de las festividades, ofreciendo públicas comilonas. Usan, como distintivo, una cinta de seda de color anaranjado, atravesada sobre el pecho. Las Tenientas están encargadas del cuidado y en floración de la imagen de San Sebastián. También están invitando para comilonas, en las que generalmente se sirve en las mesas carne («picadillo») y buñuelos».
Pasando a la tercera función del mismo «Cabildo Real…» («recibir anualmente doce insignias…»), el poeta Gutiérrez anota: «El sacerdote entrega al Prioste Mayor las insignias, y éste, dirigiéndose a sus compañeros arrodillados ante la imagen de San Sebastián, les dice: Recibid esta insignia del patrón San Sebastián, que ha concedido lo que le habéis pedido, en el nombre del Padre, en el nombre del Hijo y en el nombre del Espíritu Santo.
Y en relación a la cuarta función, o alzada de la mesa, basta indicar que consiste en un banquete que el Mayordomo obsequia al «Cabildo…» especialmente, y en el cual se desarrolla la siguiente, simpática y simbólica ceremonia.
Al sentarse a la mesa, el Prioste Mayor dice a sus compañeros en voz alta: «Recibiremos esta voluntad del señor fiestero». Luego, tras una ración, el Prioste Segundo bendice al Mayordomo en el nombre de las tres divinas personas, y brinda por la salud de todos con un poco de sal y un vaso de agua. Al levantarse de la mesa, se entabla este diálogo entre el Prioste Mayor y el Prioste Segundo: «Señor Prioste: hablo con Usted y su honrada persona. No nos cansaremos de alabar a Dios y a María Santísima, al Señor Sacramentado y a nuestro Padre Jesús Nazareno, al Apóstol Santiago y a nuestro Patrón San Sebastián, que desde el año pasado quedó el señor fiestero (Mayordomo, JEA) en la puerta de la posada pidiendo merced, vida y salud, le concedieron lo que había pedido. Por eso hoy, con mucho gusto y contento, he mandado a convidar al Cabildo de la Santa Madre Iglesia para darnos un corto brindis, un pan, una sed de agua, fruto de sus trabajos y de sus diligencias. La tenemos recibida señor, y si alguna falta haya tenido el señor fiestero la pasaremos a perdonar».
Y contesta el Prioste Segundo: «Volveremos su misma atención e intención, a como lo ha hecho su honrada persona, Señor Prioste Mayor. No nos cansaremos tampoco de alabar a Dios y a María Santísima, al Señor Sacramentado y a nuestro Padre Jesús Nazareno, al Apóstol Santiago y a Nuestro Padre San Sebastián, que desde el año pasado que quedó El Señor fiestero en la puerta de la posada pidiendo merced, vida y salud, le concedieron lo que había pedido».
Y así – con este diálogo reiterativo, propio de El Güegüense en su inicio – concluye sus labores el «Cabildo Real Indígena de Nuestra Santa Madre Iglesia», institución de raigambre mestiza que promovió la religiosidad popular en Diriamba y, por ende, una de sus manifestaciones: la representación tradicional de El Güegüense.