Alfonso Cortés y su poesía «Alfonsina»

Texto de
Róger Matus Lazo

Róger Matus Lazo

Pero Ernesto Cardenal, por su parte, señala que no se observa ninguna evolución, ni cambios, ni progreso, ni ninguna división entre cordura y locura, adolescencia y madurez. Su poesía es intemporal y establece una división que se produce, no en planos distintos, sino a lo largo de su producción: poesía Alfonsina, poesía modernista y poesía mala.

La poesía Alfonsina, según Coronel Urtecho, es la poesía rara, misteriosa, disparatada, oscura y genial de locura que escribió no sólo estando loco. Es una poesía metafísica, como afirma Cardenal, tal vez la única verdaderamente metafísica que hay en castellano.

Este tipo de poesía, llena de abstracciones y profundidades filosóficas, consiste en desentrañar el alma de las cosas. Pero las abstracciones filosóficas-agrega Cardenal- se vuelven sensoriales en Alfonso. Tienen forma, color, perfume. La filosofía se hace poesía. La idea como él ha dicho es un hecho casi invisible en la forma: Dios, de quien tanto habla, no es abstracto sino concretísimo: Buscará una mujer, “que haya tocado a Dios con la mano”. Y son frecuentes los temas que hacen alusión a la esencia, la forma, el número, la materia, el Ser, Dios, la eternidad, el espacio y el tiempo.

“Un Detalle” -que escribió el poeta en 1913 estando loco y que más tarde Coronel Urtecho le cambió el título por “Ventana”, es el poema característico de la poesía Alfonsina. Álvaro Urtecho dice que el poema exalta la distancia, la sensorialidad del espacio envolvente y circunvalante… contraponiendo felizmente la finitud a la infinitud, la cercanía a la lejanía, el estar al no estar, la presencia a la ausencia, y fundiendo en insólita sinestesia, la carne con el espíritu: “dando un aire en que despedaza su carne una angélica diana”.


Alfonso Cortés.

El primer maestro de Cortés, afirma Pablo Antonio Cuadra (“Alfonso, discípulo del Centauro Quirón”, L.P.L, 2 de septiembre de 1973), es el Centauro Quirón (del poema dariano “El Coloquio de los Centauros”), quien le plantea un enigma de las cosas, con su misterio, su angustia y su sombra. Su poema “La Piedra Viva” es, para PAC, el punto de partida de su poesía metafísica:

La piedra despertó (y era una piedra
Como las otras que hay  en la  montaña.
Con piel de musgo y venas de yedra)

Y abrió los ojos. (Era la hora extraña
En que se enciende el sol, como la hoguera
Que calienta al pastor en la cabaña).

Y luego dio pasos. (La ladera
Era sonora y bárbara, y los vientos
Peinaban su sombría cabellera).

Y en interiores estremecimientos
Se inquietaba la Piedra, hasta que el ansía
Le abrió la boca, y dijo pensamientos:

En donde estás, en dónde estás, distancia sin
Relación, y tiempo
Sin medida,
Y lo que Dios es, la única fragancia?

Oh! Quítame esta túnica; vestida
Así, mi ser es cosa, sólo cosa,
Pues la forma es la cárcel de la vida.

Esta es la piedra, dice PAC, que “carga este nuevo Sísifo y lo primero que el poema nos traslada es la angustia. La piedra está sujeta a una serie de relaciones en el espacio y el tiempo; la piedra además, es obra de Dios -todo eso la conmueve por dentro, la habita de un ansia y de “interiores estremecimientos”, pero su forma, su túnica es pesada, asfixiante, es inmensamente cosa y la piedra viva grita con un grito de angustia que sólo el poeta puede oír por nosotros”.

Su segundo maestro, afirma Pablo Antonio  Cuadra, es Charles Baudelaire, de quien Cortés aprendió a ver en la realidad existente el lado oculto de las cosas, un conjunto de enigmas, misterios y figuras por descifrar. O los recursos para penetrar, “para introducirse, como afirma el gran poeta francés y moverse  con soltura en el más allá espiritual que baña el universo visible”.

Como el mexicano Ramón López Velarde, Cortés es un heredero feliz de Charles Baudelaire para emplear el olfato y los demás sentidos, porque Cortés es un poeta esencialmente sensorial:

La sombra azul y vasta es un perpetuo vuelo
que estremece el inmóvil movimiento del cielo;
la distancia es silencio, la visión es sonido;
el alma se nos vuelve como un místico oído
 en que tienen las formas propias sonoridad:
luz antigua en sollozos estremece el Abismo,
y el Silencio Nocturno se levanta a sí mismo.
Los violines del éter pulsan su claridad.

(“La danza de los astros”)

Otro elemento importante en cortés es el tiempo como “problema radical”:

¡La distancia que hay de aquí a
una estrella que nunca ha existido
porque Dios no ha alcanzado a
pellizcar tan lejos la piel de la
noche! Y pensar que todavía creamos
que es más grande o más.
útil la paz mundial que la paz
de un solo salvaje…

Este afán de relatividad de
nuestra vida diaria contemporánea es
lo que da el espacio una importancia
que sólo está en nosotros,
y quién sabe hasta cuándo aprenderemos
a vivir como los astros libres en medio de lo que es sin fin
y sin que nadie nos alimente.

La tierra no conoce los caminos
por donde a diario anda y
más bien esos caminos son la
conciencia de la tierra… pero si
no es así, permítaseme hacer una
pregunta: ¿Tiempo, dónde estamos
tú y yo, yo que vivo en ti y
tu que no existes?.

(“La canción del espacio”)

El hombre, dice José María Lugo, “puede trascender el tiempo de la vida fisiológica penetrando en la vida, que estaría situada en ese paradójico “inmóvil movimiento del cielo” de que nos habla en “La danza de los astros”.

Un elemento importante, por su contenido simbólico, es el erótico. Arellan afirma que con base en los estudios psicoanalíticos de C.C Joung en Los símbolos de transformación, la serpiente opera en Alfonso significando la última etapa del erotismo: el éxtasis sexual. En “Danza negra” dice el poeta.

Pasó batiendo sombras el hada de la muerte
en el despierto sueño de un otoño de sombras,
desenroscó una sierpe sus sueños, en la fuerte
visión fatal de las alfombras…

José María Lugo, en su estupendo estudio crítico “El mito de Alfonso Cortés”, afirma que Cortés sabía cómo Dante que el Árbol de la vida implanta su raíz en el espacio interior del hombre, cielo, y despliega sus ramas en la tierra o mundo exterior de los sentidos. Por eso escribe:

Sabe sentir en tu ser la Vida;
dale a la suerte tu interior reacio:
é árbol cuya raíz se encuentre hundida,
como en su propio centro en el Espacio.

Las palabras Vida y Espacio van con mayúscula porque se refieren a Dios mismo.

Lugo explica que “el cielo infinito del espacio exterior es sólo la imagen del espacio interior, de la inmensidad íntima”. En resumen, concluye, “Cortés nos canta su experiencia fundamental, la del renacimiento en el espíritu, y muchos de sus poemas filosóficos sobre el tiempo, el espacio, la Unidad divina, son testimonio de su nueva perspectiva del universo a partir de ese cambio profundo”.

Erwin Silva en su ensayo “Alfonso Cortés, un trovador del ser”, explica que la poesía de Cortés es un enigma no del todo indescifrable porque se trasluce en su poesía “Alfonsina” la dimensión ontológica (la dimensión del ser) como una dimensión fundamental, referida al existir humano. El ser en su poesía ocupa un lugar cimero, es “una experiencia que lo lanza al infinito, que lo eterniza y le pone en presencia de Dios”.

La ontología de Cortés, agrega Silva, “es la finitud esencial de los límites del hombre.

Vivir es la experiencia de lo finito. El hombre se siente y se comprende vulne-rado por la muerte desde el primer vivir. Este hecho impulsa al hombre (Alfonso Cortés) a una estrategia, a una búsqueda o a una salida del tiempo, y en esta tentativa prepara la vía para el infinito al que ve como un porvenir”.

La poesía de Cortés es filosófica, dice Silva, porque es poesía que piensa. Poesía y pensamiento se identifican y el conocimiento que surte es creación. “No hay manera, agrega, de separar en él la verdad que dice del ser de cómo lo dice en sus stanzas”.

Otro elemento característico es la experiencia de Dios, que en Cortés deriva en pa-labra y no en silencio “Dios es idea, pero es una experiencia que ante todo, le hace estar en pre-sencia de la Divinidad. Y esta experiencia parte de lo sensorial, de lo físico… Dios es el creador de la Naturaleza, y ésta su energía manifiesta a la que sostiene y vivifica”. Pero Dios tiene en Cortés figura antropomórfica y lo identifica con la belleza. “y al hombre, dice Silva, lo sabe finito, insatisfecho, aventurero y nostálgico”.

El tiempo, para Alfonso, es un devenir.

Pero es un tiempo “subjetivo, triste y lo relaciona con el hombre y lo enfrenta a la nada. El hombre, afirma Silva, “es un fugitivo que no más tropieza con las piedras y nada hay que lo detenga a la vez que no existe tiempo más que en la pura invención prometeica”.

En la literatura de Occidente, grandes poetas incursionaron en la poesía metafísica, la poesía del “extasis” y del viaje al “otro lado de las cosas”: el poeta inglés Edgard Allan Poe, el Alemán Holderlin que cayó también en la esquizofrenia de Alfonso, y los franceses Rimbaud y el citado Baudelaire. Nuestro Alfonso es el primer poeta metafísica que produce Centroamérica y probablemente uno de los poetas metafísicos más grandes en lengua española.

Thomas Merton concluye:

Cortés ha escrito la más profunda poesía metafísica que se conoce. Le obsesiona la naturaleza de la realidad y destella en oscuras intuiciones de lo inexpresable…

Su ideal del hombre (esto es de sí mismo) es la de un Árbol místico del que espacio y tiempo son frutos engendrados por la vida que lleva dentro de si.