Texto de Roger Norori (*)
Aún recuerdo su figura de piel cobriza con olor a sudor. Su rostro de perfil triste, coronado con un sombrero que delataba su procedencia campesina. Era mi padre, reacio a llevar amigos a casa, sus relaciones de amistad las hacía en la calle, en los mercados de la vieja Managua, donde vendía lotería de sol a sol.
De manera que resultó extraño aquel mediodía del año 1970, cuando llegó acompañado de un sujeto vestido con camisa manga larga, pantalón un poco ajustado y sombrero. Sus ojos se ocultaban tras unos anteojos oscuros. Era la pinta de un “playboy” de los estratos bajos, y hablaba pausado. Acariciaba entre sus manos un gallo de pelea de plumas oscuras, rojizas al cuello y mirar nervioso.
Tomaba al animal como una cosa preciada, mientras pasaba su mano derecha una y otra vez por el lomo. Mi madre y yo, vimos llegar a mi padre con su andar pesado, había invitado a comer a casa al amigo aquel mediodía no sé por qué motivo. El invitado puso sus ojos sobre un hermoso gallo colorado que mi madre tenía en el patio, merodeaba junto a una gallina picoteando el suelo, y al ver al otro gallo en las manos de aquel tipo se había alterado.
Aleteó con fuerza y cantó como dando a entender que era el dueño de aquel territorio. El recién llegado se acercó al gallo de mi madre e hizo un gesto rápido para acercar en acto de pelea a su gallo. Al momento los dos encresparon las plumas de sus cuellos listos al combate. Mi padre, hombre prudente, dijo con vos suave, sin exaltarse… ¡No juegue, amigo!
Pero aquel solo hombre reía. Quería mostrar las virtudes marciales de su gallo y volvía nuevamente a pasarlo frente al gallo colorado de mi madre, que se alteraba aún más. Mi padre se limitó solo a ver, mientras mascullaba algo por lo bajo…. ¡Ya jodió este!
Mi padre no era amigo de aquellos juegos donde se arriesga el dinero ganado en el trabajo, y el juego de gallos era eso para él. Pero en el caso de la escena que se vivía en esos momentos en casa, no veía objeto en lo que estaba sucediendo. En cambio, en el hombre del gallo había un interés vital por mostrar la madera de su gallo de plumas oscuras. Era preciso, pues, enfrentar de aquella manera a los animales. Una y otra vez pasaba su gallo frente al gallo de patio.
Lo que vino después fue rápido. En uno de esos gestos el gallo de pelea se le soltó de las manos. Apenas pudo tomarlo de una de las patas, pero retardó los actos marciales del gallo de pelea. El gallo de patio lo vio tomado de una pata y lo enfrentó. Limitado como estaba, pues su dueño pugnaba por retenerlo, el gallo de patio envió dos rápidos picotazos a los ojos del gallo de pelea, el cual, finalmente, cayó al suelo.
Inmediatamente el gallo colorado de patio, más pesado, lo montó hasta casi ahogarlo y siguió con sus picotazos mientras el dueño del gallo de pelea gritaba y casi lloraba: ¡No! ¡No! ¡Mi gallo!
El gallo de pelea aleteaba en el suelo herido y al parecer agónico, mientras el gallo de mi madre cantaba victorioso y pateaba el suelo con aires de pretensión. El invitado se tomaba la cabeza, se había quitado los anteojos y el ojo se le miraba irritado, grave.
–Se fija amigo, exclamó mi padre… ¡usted lo compromete a uno!
Pero el dueño del gallo herido no escuchaba, con aire compungido recogió su gallo del suelo. Casi lloraba las palabras… — Se me fue de las manos, ¡no lo pude detener! Mi gallo… ¡Lo iba a echar a pelear mañana!
–Usted lo compromete a uno, repitió mi padre; mejor váyase.
Mi madre había quedado callada, expectante, mientras hacía que preparaba el almuerzo. La escena era dramática, pues mi padre estaba enojado con su amigo y no sabíamos cómo éste reaccionaría ante el cuadro de su gallo vencido inesperadamente.
–¿Ve? Sólo a eso vino, mejor váyase.
El invitado tomó el despojo que era su gallo y lo acariciaba casi con reverencia, mientras daba la vuelta con aire compungido. Se lo llevó entre sus manos gimiendo. Nunca lo volví a ver.
Cuando ya se había ido el hombre del gallo mi padre se sentó en su silla diciendo: ¡Qué babosada!
(*) El Licenciado Róger Norori es catedrático universitario y miembro de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua.
Articulo de la Revista Cultural Gente de Gallos, Mayo – Octubre 2014