Un Judas arrastrado por los Judíos, en la judea de Masatepe.
Especial para
Gente de Gallos
Mario Fulvio Espinosa (*)
La “mita” Balbina Tapia vivía con una sobrina en su ranchito. Que por cierto no era un solo ranchito sino dos chiquitos.
Uno servía de sala, comedor y dormitorio, en el otro estaba el fogón, dos tinajones de agua, un molendero y dos jicareros.
Esos ranchitos quedaban de la escuelita de Nindirí cuadra y media al norte, a la derecha, entre los solares de la “Cotín” Membreño y el de “Ña” Juana Potosme.
Por las tardes antes del ocultamiento del sol, llegada el cipotero, porque la “mita” era una gran muchachera.
“¡Mita Balbina cuéntenos un cuento! ¡Un cuento Mita Balbina!
La “Mita” chineaba en sus regazos al tal Benjamín, que era el más chiquito y preguntaba: ¿A ver, a ver que cuento quieren?
“El del Judío Errante, Mita, el del Judío Errante caminante”, neceaban los cipotes.
La “Mita” entrecerraba sus ojitos azules de viejita, quedaba como recordando, empezaba a desgarrar una garraspera y comenzaba.
“Pues es que resulta que Jesús iba cargando la cruz allá por el camino de la ronda. Ese camino no tenía nombre pero después para bienestarse con Jesús el alcalde de vara don Calixto Ramos, al que le decían “Macho Sofrenado”, ordenó que se llamara Calle de la amargura. Que no era tal calle sino un arenero arrecho de caliente.
A pues entonces, venía Papa Chú con la cabeza hecha un solo hervor, todo apaleado, echando sangre de la cabeza el “pobrecito”, bien sudado, con su cotón revolcado, buscando con la vista que alguien viniera y le ayudara. Pero el malvado de Malco era muy malo, y lo guiñaba duro de un mecate que lo traía amarrado de la cintura. Ya no tenía juelgo el pobre Chú y el Malco que guiñaba y guiñaba no le daba respiro. Y a todo esto, el curita Chemita González se hacia el disimulado, como el que no “vía”.
Llegó la odiosidad del Malco al punto que le dio un gran jalón grande, y Jesús se gobió y se cayó en el arenero y la cruz se le vino encima y le golpeó la cabeza.
Como pudo quiso levantarse, pero no podía. Camino en cuatro El Maestro, y buscaba y buscaba con la vista que le favorecieran. “Que alguien me dé agua, dijo, un guacal de agua”.
Da la casualidad que eso sucedió frente a la casa de Samuel Belibeth, que eran un hombrote grandote y que estaba pelando un guineo para comérselo en la entrada de su huerta.
“Samuel, Samuel, lo reconoció Tata Chú, dame un poco de agua que vengo con sed y garraspera de garganta”.
“Jua, jua, jua, jua, se carcajió Samuel. Si te doy agua se me seca el pozo y la parra de uva que tengo sembrada”.
“Samuel, te lo advierto, no me des cólera. Que no soy yo cuando me arrecho. Dame agua, que te cuesta jodidó.
¡Anda! ¡Anda!”
Jesús lo quedó viendo bien jondo, como quien dice “Ahora vas a ver, y le dijo.
“Te doy otro chance Samuel, no te quiero maldecir en seco… Dame un guacal de agua”.
Samuel se metió a su rancho y salió con un gran guacal de agua, pero en lugar de dárselo a beber “choco plos” le tiró el agua en plena cara.
“Al fin te bañaste chanchó, le grito Belibeth para que todos oyeran. Jua, Jua, Jua, estás bien jodido y todavía me chamarriás.
“Mira Samuel, te doy el último chance… Dame agua, le suplicó Chucito.
Samuel entonces le dio una patada que lo aventó otra vez contra el suelo. ”Caminá infeliz, desgraciado, cachureco chamorrista.
¡Anda, anda, anda, hechicero, camandulero!
Jesús estaba choto, choto de arrecho. Quedó viendo bien profundo a Samuel, y le dijo a gritos.
“Te pedí agua una vez y me dijiste “Anda”, te pedí agua por segunda vez y me dijiste “Anda”, te pedí agua por tercera vez y me dijiste “Anda”, pero ahora vas a ver.
“Yo te maldigo, Samuel Belibeth, y te mando que andes, que andes por todas partes sin detenerte, como venado loco, Anda, anda, anda, maldito de mi Padre. Anda por toda la eternidad para que sepas lo que es cajeta”.
Belibeth se quedó lelo. Como estatua. De repente lanzó un gran grito, voló por allá el guineo que se iba a comer y sintió que las canillas se le movían sin querer. Entendió entonces el carajo que tenía que caminar quién sabe adónde.
“Déjame despedirme de mi mujer, de mis hijos y de mis entenados”, le suplicó a Chú. Pero Jesús tenía vista gorda y le contesto:
“¡Anda maldito de mi padre… Anda hasta la consumación de los siglos y el fin de la bolita del mundo, amen”.
Y el pobre Samuel salió corriendo disparado perseguido por los tres perros de doña Angelita Cruz y los otros cinco de don Procopio Lara. ¡Guay, guay, guay, guay! Ladraban los garrapatoso, y Samuel que corría disparado levantando un gran polvazal con la cotona. Total que los perros lo fueron a dejar casi hasta la Cruz del Camino, buscando para San Francisco entre mordido y desguasado.
“Dice mi hijo Juan de la Cruz que Belibeth siguió corriendo sin parar. Pasó corriendo por Los Altos, San Francisco, Cofradías, Tipitapa y Managua, dicen que iba rumbo a León y Chinandega. Y como tiene que correr hasta la consumación de los siglos, pues no se muere aunque quiera morirse.
Donde aparece cae la mala suerte. Que así llegó a la Francia y comenzó una guerra tremenda. Que así llego a España y vino una dictadura criminal, que así llegó donde los gringos que prefirieron venirse a hacer la guerra a Sandino y Zeledón.
Esas guerras traen hambre, la gente come raíces y vive escondida. Y todos esos malientos los causa Samuel.
Yo una vez lo vi cruzar la plaza de la iglesia. Caminaba olisqueando como venado, como huyendo de Chú. Al llegar a la Cruz del Perdón desapareció… Nadie lo ha vuelto a ver. Pero dice su mujer, la Petrona Gago, que se fue para Hato Grande, a buscar trabajo.
Pero yo me digo: no puede trabajar porque tiene que salir corriendo como moco de ñato… A lo mejor si consigue de mensajero sin bicicleta… ¿Quién sabe?
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
El recordado Mario Fulvio Espinosa, Aurora Sánchez y Mario Tapia.
Nota: Este artículo fue publicado en Mayo del 2002.
(*) El recordado Profesor Mario Fulvio Espinosa, fue Director de la Escuela de Periodismo de Nicaragua y Honduras, ademas de haber sido un gran colaborador de la Revista Cultural Gente de Gallos.