La gallerosidad de un majestuoso alado

Texto de Edwin Sánchez (*)

Edwin Sánchez
Edwin Sánchez

Hace algunos años tuvimos un gallo, blanco, con su regio tornasol de plumaje. Lo habíamos buscado, aún pollón, porque nos habían regalado una gallina. Queríamos entonces que nuestras niñas conocieran estos artísticos esmeros del Creador. Y ahí empezó todo…

Vimos el gallito reconociendo el terreno que le tocaba para abrirse camino y a la huidiza y solitaria gallina que se presentaba en su destino, en nuestro patio de ciudad.

Empezamos pronto a notar sus formas de lenguaje y los cambios de sonido, porque ya no solo era inspirado por el alba o por sus avances en el aprendizaje del oficio de cambiar el tiempo. Por lo que observábamos, seguramente los mensajes ya no iban en una sola dirección meteorológica, pues de su repertorio lograba desplegar aquella gallarda caída de su ala izquierda en abanico para elevar su amor y frente al cual, la inútil defensa de la gallinita se disolvía ante lo desconocido.

Lo que miramos pronto fue una espléndida relación, donde nuestro amigo daba cuenta de por qué lucía su hermosa cresta: se desvivía por su hembra y esta, a su vez, exhibía un cierto encantamiento hacia el cantor madrugador. Los calendarios de su arisca vida y de soledad habían acabado para empezar los nuevos días.

Seguramente algunos dirán que la felicidad corresponde a los humanos, pero este género de Gallus domesticus cumplía con todos los requisitos de la dicha: se llevaban bien y no reñían.

Pensamos que valió el esfuerzo de criar a estas aves, sobre todo cuando ahora la mayoría, a excepción de las familias galleras, del campo y de las protagonistas del Hambre Cero, solo conoce el presente de un pollo mediante una orden de rostizados, o su pasado, ante un huevo, frito, revuelto o ranchero.

La vida

Ya se van acercando los días en Nicaragua que Gabriel García Márquez advirtió: los niños de Europa nunca han visto un pollo crudo como los que aún corretean en muchos de nuestros solares campestres.

Para la niñez de los países desarrollados el gallo, el pollito, pertenecen a la misma realidad de los dinosaurios: son virtuales. Para conocerlos deben mirarlos por televisión o buscarlos a través de Google. Si quieren ver un pollo medio entero deben ir a la cocina.

Gracia a Dios todavía nuestros pequeñines no tienen por qué conocer al pollito en un programa de National Geographic, pues si tienen padres que realmente les amen, antes que regalarles un celular o un iPad Air 2, les podrían enseñar uno vivo en el campo.


Pollos, gallinas y gallos. Pintura tomada de Internet de Manuel Domínguez.

Todavía nosotros nos atrevimos a darle espacio al gallo y la gallina en casa y que nuestras dos hijas pudieran apreciarlos con todo y plumas. Incluso, desde el comienzo mismo de la existencia.

Cuando se agotaron los 21 días –las gallinas son puntuales– aquellos huevos tan primorosamente cuidados, calentados, protegidos, no solo eran un combo de lípidos, proteínas, vitaminas y minerales, sino la irrefutable evidencia de la mano de Dios en una apretada síntesis de lo que es la vida.

Aprovechando que la gallina había dejado momentáneamente sus quereres, la niña tomó un huevo y justo cuando lo tenía, ¡crass!, un piquito quebró el cascarón y en las manitas de la emocionada cipotita aquel producto que solo conocía en las cajillas –nunca en un nido– ahora era un pollito de carne, hueso y plumón.

Pero para que llegaran aquellos críos, la galante criatura cumplió como todo un gallo con su papel de padre responsable. Cuando la gallina andaba inquieta en busca de donde poner sus huevos, él asumía su tarea: se movía, agitaba las alas, se subía a un cocinero, luego bajaba a un rincón, cacareaba, hacía señas, llamaba a su amada, y hasta rascaba el lugar, tratando de acondicionar el sitio donde depositaría lo que muy bien sabía era parte de él.

¿Qué anida en el corazón?

Seguramente los galleros saben del comportamiento del majestuoso alado, pero a quienes no estamos ligados a los menesteres avícolas, nos causaba asombro la caballerosidad, o bien sea dicho, la gallerosidad de aquella vistosa y perfecta obra del Altísimo.

El gallo deja de alimentarse primero por mantener a sus damas en un gallinero. Si encuentra algo que comer, las llama. Y se esfuerza más cuando solo tiene una. Algo sí es muy notable: sea en su harén o monógamo, no maltrata a la hembra. La atiende…

El gallo puede ser muy macho, y hasta el nombre de su especie se le brinda como laurel verbal a los hombres considerados valientes, y con el mismo peso y categoría del que también dice: “¡Ahí viene el tigre!”. Ah, pero el gallo no es machista.

Paradoja latinoamericana: donde el machismo –y con ello la violencia contra las mujeres– pareciera ser el himno maligno más practicado que la letra de los nacionales, se exalta al gallo por su inigualable figura, pero no por sus sanas costumbres. Y Nicaragua no se escapa de esa anticultura, digamos aquí, antigallística. ¿De dónde nos viene ese nefasto antivalor?

El implícito racismo conduciría a una sola respuesta: ¡Es que se nos sale el indio! Y así, en un solo bolsón, echamos nuestras culpas a la genética para alcanzar el perdón universal. Pudiéramos decir: ¡los españoles!, y siempre sería echarle nuestros pecados colectivos al linaje. Y esto no es asunto de las inexistentes etnias “menores” o razas “superiores”, sino de la vileza que anida en los corazones inferiores.

Don Pablo Antonio Cuadra, para taparle el pico a los que picotean por todo al indio, nos ilustra bien de nuestros orígenes. Recuerda que los Chorotegas, gente de paz, fueron los primeros que vinieron de México a Nicaragua; luego y muy tarde, entraron los nahuas, pueblo dado a la guerra.

El detalle del escritor es fundamental para comprender la reproducción de perversas actitudes, en vez de los mayúsculos ejemplos:

“Los Chorotegas eran gente valerosa, grandes artífices, gustaban de la vida familiar, AMOROSOS CON SUS MUJERES, tanto que Oviedo escribe que eran ‘MUY MANDADOS E SUBJETOS A LA VOLUNTAD E QUERER DE SUS MUJERES’.

“En cambio, los nahuas o Nicaraguas, –según el mismo Cronista– ‘son muy crudos e natura, e sin misericordia e de ninguna piedad usan… E SON MUY SEÑORES DE SUS MUJERES (eran machistas) E LAS MANDAN E TIENEN SUJETAS’ ”. (El Nicaragüense).

La pareja emplumada enseñó a nuestras hijas lo mejor del reino animal. Un amanecer ya no oímos al noble gallo anunciar el día: se lo habían robado y con él su canto, su bondad y el gozo de no haberse estrenado como un magnífico padre. Ya no vio a sus polluelos, a los que con tanto amor les buscaba el lugar ideal, cuando su madre daba los primeros frutos.

Ahora nos tocaba hablarles a las niñas de las maldades en el reino de los hombres.

(*) Periodista, escritor, Premio Nacional Rubén Darío 2000.

Articulo tomado de la edición Mayo – Junio 2015