Texto Ricardo Trejos Maldonado (*)
La pelea de los dos gallos de «mordida» fue relampagueante, quizás un minuto o unos segundos más.
El torneo fue catalogado de exitoso por la calidad de los gallos, las altas apuestas y los pocos incidentes personales.
Eso sí, los comentarios sobre la renombrada «pelea diabólica» se mantuvo por varias semanas en el pueblo y sus alrededores. Pese a ello mi padre, Nicolás Trejos Ortega, fue la última vez que llevó gallo a una gallera.
Mi progenitor podría andar cifrando para entonces cincuenta y pico. El venía aminorando la participación como gallero y aumentando para la familia su discurso persuasivo en torno al peligro que representan los juegos donde hay de por medio dinero y violencia. El siempre reconocía que en las galleras se encontraban amigos para siempre sin distingo de colores políticos, sin embargo señalaba cómo iba penetrando los trucos, las trampas en las jugadas.
En los tiempos de mi padre, decía, se jugaba sin jueces y las apuestas no se casaban, eran de honor, por eso cuando leo novelas Latinoamericanas y encuentro párrafos referentes a peleas de gallos, se me viene a la mente la figura de mi padre, y aquel día que me tomaron en cuenta los adultos y anduvo entre muchachas que derramaban la miel sobre su juventud.
En la gráfica el recordado Rodolfo Tapia Molina con nuestro director Mario Tapia y el recordado Profesor Ricardo Trejos Maldonado (fundador de la revista Gente de Gallos). Nuestro profundo agradecimiento a la colaboración de mis hermanos periodistas de radio, televisión y medios escritos, quienes han sido multiplicadores de nuestra tradición gallera. En la gráfica tambien el colaborador permanente Onofre Guevara López.
Una pelea de gallos le resuelve a Gabriel García Márquez el poder desatar el nudo para que los Buendías busquen un lugar remoto que tendría que llamarse Macondo, escenario central de toda una complejidad que redondea CIEN AÑOS DE SOLEDAD:
Aunque el asunto fue considerado de honor al primer Buendía y a Úrsula la muerte de Prudencio Aguilar les pesaba en la conciencia. Prudencio ofendió el honor después que José Arcadio Buendía le ganara una pelea de gallos. El primer Buendía tuvo que matarlo, y como en la noche lo miraban en visiones tuvieron que abandonar su pueblo y viajar sin rumbo cierto.
En aquellos años que iban andar pensado en la inmortalidad del cangrejo, mi preocupación era que me saliera el bigote grande como el todos los Trejos, que se me pusiera la voz ronca, por eso gocé aquellos días en que estuve en los ejercicios de los gallos, en la gallera, y montado en el mismo caballo con una joven en flor, cuyo roce de su rodilla me electrizaba la columna vertebral.
Algunos hermanos mayores, primos y demás parientes construyeron una casona a la orilla de un chagüital donde se cuidaban más de cien gallos. En vacaciones iba a la finca, ubicada en el municipio de Tisma, departamento de Masaya. Todas las mañanas era un acontecimiento, varios hombres entraban en función con los gallos que habían entrado a cuido o preparación.
Unos limpiando los cubículos donde dormían los gallos «amarrados», otros lavando las canoitas de madera de tres depósitos donde comían; cuatro hombres con un gallo creador en la mano derecha haciendo con destrezas que el gallo suelto se moviera por todos lados, y que «zapateara» sin maltratar al «creador». Cinco más allá tomando por la cola el gallo de cuido y lo elevaba a su altura con el propósito que moviera las patas y las alas; seis poniéndole la mano derecha sobre la chincaca con cierta presión hacia abajo para que el gallo caminara como corneto, eso era buscando que fortaleciera las piernas, éstos entre otras clases de ejercicios.
Venía luego el topo de tres o cuatro parejas, los involucrados y los «miranda» de confianza formaban un círculo como el redondel de las galleras. Cuando se desarrollaba el «tope», el cuerpo técnico (que así se dice en béisbol) se ponía en cuclílla observando cómo «metían» las patas, cómo las doblaban para golpear al adversario. Se trataba de descubrir si el gallo era derecho, porque en asuntos de gallos lo normal es que éste sea zurdo y desde luego para calcular el tamaño de la navaja con que iba a combatir.
En aquel tiempo eran desconocidas las navajas cortas o pequeñas. Mientras lo anterior sucedía iban llenando los depósitos de las canoitas con alimento, según el tiempo que tuvieran de estar en cuido los animales.
El alimento era payana de maíz amarillo, trocitos de tortilla amanecida con leche, pedacitos de huevos cocidos (duros), picadillos de carne de res, chile congo, agua, y un tercio de una pastilla de vigorón (¿se acuerdan? el anuncio del tónico: VIGORON VIGORIZA, medicamento recetado a las personas con anemia). También pedacitos de ciertas frutas y unas hojas verdes pequeñas que nunca me dijeron, ni supe el nombre del árbol donde las cortaban. Luego pasaban a colocar a los gallos en su respectiva «estaca» y tomaran el sol mañanero.
Cuando ojeo la revista «Gente de Gallos» o platico con mi amigo Mario Tapia de estos tópicos en mi oficina de El Nuevo Diario, me llegan estos recuerdos, aunque sean fugaces, entrando por diferentes perspectivas. Por ejemplo, antes de ir a la casona de gallos, me quedaba detrás del muro del corredor viendo a la Juanita, la hija de la cocinera, que se bañaba en la pila del corral con todo y ropa muy a la cinco de la mañana, y regresaba a su aposento pasando por el patio grande con la «combinación» pegada a la piel, mientras con los brazos alzados se hacía rollo improvisado con su pelo largo y azabache.
Cuando se aproximaban las festividades patronales de Tisma, día de la Cruz los comentarios se multiplicaban en las noches sobre carreras de caballos, bailes, jugadas de dados, las fiestas en los chinamos, cuentos de brujos, anécdotas de hazañas de montas de toros, de amores fabulosos, y aventuras misteriosas, trampas descubiertas a los que andan con «juegos» en fiestas en fiesta patronales, y por supuesto historias de gallos. Las fiestas en Tisma culminaban el tres de Mayo; a fines de Abril mi progenitor me había llevado en compañía de mi hermana mayor y familias invitadas de Masaya con sus muchachas que hacían palpitar mi ingenuo corazón. El programa era ir a ver las corridas de toros y el torete que los Trejos habían prestado, y además cumplir con diversas invitaciones. Narcisos Rodríguez, personaje conocido de Managua, amigo de mi padre, había comprado un propiedad en la zona, llegó a visitarlo, cuando lo despedía, nuestro Jefe (Nicolás) le dijo: Chichó, si vos vas a participar en el torneo, voy, sino NO.
Una pelea endemoniada en la gallera “Buenos Aires” de Ocotal, Nueva Segovia, Nicaragua. Observa la pelea el Juez de arena Beto Castillo.
Esa noche se platicó de gallos, Arnulfo dijo que él nunca apostaba a un gallo blanco, giro o madroño si la pelea se efectuaba cuando el sol se iba ocultando, porque es el momento que los astros favorecen a los gallos de color oscuro o negros. Don Abelino, viejo jornalero, expresó: «creo que estamos entre los mismos, por eso les confío que yo manejo en mi casa una botella de aceite de Gavilán Y Querque (aves de rapiña caza pollos) porque cuando llevo mi gallito a la pelea se la unto debajo de las alas para que el otro tenga miedo».
Pedro Simón, contestó si hom, ahora hay tantas mañas y traiciones que uno no debe de fiarse ni de su propia sombra.
Tenés razón, señaló José Nicasio, ordeñador, si a uno le encargan un gallo para cargarlo mientras casan la pelea, uno no debe dárselo a nadie porque hay hijueputas que llegan donde voz y te dicen préstame el gallo para sentir lo que pesa para buscarle pareja… si vos se los pasás le pone la mano zurda en la pechuga, y con disimulo le mete el dedo chiquito de su mano derecha en el culo, entonces el gallo se afloja y hace una pelea sin fuerza. Y hay otros jodidos, ennavajadores, que si le pagan la parte contraria no la ponen a «plomo» la navaja a tu gallo. Ve, dice Virgilio, sentado en una tuca y tratando de rascar las cuerdas de su guitarra para acabar con los cuentos, se han fijado en ese pollón confianzudo que se mete al corredor buscando que picar, que tragar, y que duerme solo en el palo de pochote? Es bonito el cabrón como Luzbel, pero tiene ojos de gato negro. A mí me contaba mi abuela que unos de esos gallos que miman y no se espantan de nada le sacó los ojos a su dueño cuando dormía, ese gallo que don Nicolás le puso el «chavalo de la película» me cae mal y me da repelo… Juan cayó un momento, y luego canturreó una canción muy triste, todos se fueron a costar.
El «chavalo de la película» ya era un personaje en las fincas Santa Elena y Buena Vista, sobre él se referían anécdotas, unas ciertas y otras inventadas. Eso sí, una tarde que el gallo padrote llamado El Cascabel lo sorprendió cuando iba a machucar una polla búlica, riñeron. Ningún gallo desafía a un padrote pero el «Chavalo de la Película» lo hizo varias veces.
En la mañanita ese pollo era el primero que se lanzaba de la rama y volaba y volaba hasta que aterrizaba cerca del pozo; recordaban cuando estaba empelechando con su pico encorvado sujetaba sus plumas nuevas y saltaba como si estuviera peleando con otro pollo, terminaba hasta que se hacía sangre el ala izquierda.
Amaneció el tres de mayo, todo mundo a alistarse, se oyó la campana de la Iglesia en lo profundo de la pradera, cohetes y balazos de toda clase de armas de fuego, era el día de La Cruz, fiesta patronal de Tisma, y día del Torneo de Gallos. También se oía tropel de caballos. Don Nicolás, como le decían, se rrecostó al muro con la mirada puesta hacia el camino.
En voz baja comentó, va estar bueno el torneo, esos son los Zavala de Nandaime dirigiéndose al mandador Alvarado; los otros son los Delgadillo de Masaya, Goyo va encabezando, también vienen de Masaya… los Membreño, los Sánchez, los Vega… ese viejón que va montado en un macho es Mercado de Masatepe, junto a él van los Gutiérrez y los Tapia; los demás atrás son los López y los Monterrey de La Concha (La Concepción). Me dijo Chicho Rodríguez que han confirmado su asistencia de todo el país, hasta de Jinotega vienen… hace dos días que salió la caravana.
Me llamó la atención cómo llevaban los gallos, con los petates Masaya, habían hecho una especie de cilindro, dentro, colocaban un gallo, del cilindro sujetaban unos sostenedores por donde los ayudantes cargaban cada ejemplar. Era la mejor forma que habían encontrado en aquella época para trasladar los gallos sin maltratarlos.
Cuando ya estaban listos los caballos, las berlinas y los ayudantes salió Don Nicolás, con botines estilo Valentino, su pantalón de Casimir Inglés, su cincho de baqueta, camisa manga larga a cuadros encima de su sobaquera cuya funda negra guardaba celosamente un revólver 38 calibre largo. Tras ponerse las ligas elásticas en los bíceps, tomó su borsalino café, y el capote como gaván lo colocó en la Berlina, luego giró como militar hacia la izquierda y preguntó. ¿Ya me tienen listo el chavalo de la película? Caboluis, hombre de estatura monumental, de rostro severo le sobaba con su manota los chilundrajes más amarillo que rojo, la cola de pavorreal, todos quedaron viendo al gallo, la cabeza era fea, una cabeza de víbora y ojos sarcos de tigre. Todos o casi todos se preguntaban posiblemente en sus mentes cómo era posible que Don Nicolás llevara un pollo de patio a un torneo. Cuando salíamos para Tisma por lo bajo oí a alguien decir, es que Don Nicolás confía en la facha diabólica de ese gallo.
La gallera estaba al reventar, mucha gente, mucho caballo y muchos barullos. Tisma realmente era una fiesta. Antes de entrar al recinto mi padre hizo dos señas con el dedo, una para que me dejaran entrar, y otra para que se acercara el hombre que cargaba la Vitrola RC Víctor -La del perrito-.
Mi hermana, sacó un pañuelo blanco bordado y limpió un disco grande, que ahora sé que eran de acetato, lo colocó en el «plato», y comenzó a dar cuerda con la manigueta muy bonita. Al momento se oyó funcionar, era la canción ranchera La Feria de la Flores, así entramos.
En aquellos años no existían pesas para los gallos, cuando se ponían frente a frente el gallero o el tenedor de gallo le jalaba la manila que tenía en la pata izquierda para que le animal se pusiera como cusco o conchudo y aparentara ser más pequeño que el contrario.
Don Nicolás le dijo a Caboluis que no hiciera eso «hay que ser diferentes» le recalcó. Por fin se casó la pelea, no recuerdo de quien era el otro gallo, pero si era un ejemplar altivo, de pechuga ancha, giro con unas plumas blancas en las alas y en la cola.
Se llamó al ennavajador de confianza, caboluis tomó el gallo, el de las navajas, joven, ojos de lince abrió una cajita de madera maqueada, en un paño verde estaban las cuchillas… ésta dijo Don Nicolás, era una de las pequeñas, el de los ojos color de lince la cogió y luego la sujetó con la boca (por la parte del gancho y lo que llaman las patas del arma del ejemplar) mientras colocaban la zapata y la enteipaba, seguido jaló (halo) la pata y la miró como midiendo una línea geométrica imaginaria, colocó la navaja, en ese momento Don Nicolás agarró el hilo de pita (la pita) colocó un extremo en el codito interior de la pata y lo extendió hacia la punta de la navaja (que se asemejaban a la hoz, sin el martillo por supuesto) bájala una milésima mas, dijo Don Nicolás.
Todo el ritual había pasado, a última hora Don Nicolás decidió jugarlo él mismo, nadie más que él conocía mejor al «Chavalo de la Película». Habían tenido informe que el gallo adversario era de una mordida feroz, y que por eso le llamaban la «Tromba».
Todo está listo, se oye poco:… cojo, cojo, pongo, pongo… se espera una pelea pareja, y en medio de las bromas y «dichos» de los partidarios, los dos galleros están en el redondel, y en medio el juez con su famosa zaranda y su campana en sus manos. Ambos le quitan la vaina las navajas.
Don Nicolás se puso dos dedos en la boca y luego sobó los dos lados de la cuchilla. Están a punto de soltarlos, el que lleva la Tromba estaba acercándose mucho a la primera raya, trata prácticamente de echarlo encima para no dar tiempo a una riposta, suena la campanilla… don Nicolás liberó al «Chavalo de la Película» por el lado derecho buscando que tomara distancia, hay nomás estaban engolados, es decir la golilla o los chilindrujes del cuello erizado, las de ambos eran impresionante, los dos se buscaron, se oyó un sonido seco y un ruidaje de alas, los dos animales combatían sobre sus propias colas, estaban casi fundidos en uno solo, creo que una sola vez ambos mordiéndose (así se dice aunque tengan picos) se elevaron como dos cuartas del piso, cayendo luego trenzados en una riña infernal… de pronto la «Tromba» saltó a un lado, cayendo con las patas hacia arriba, las tripas de fuera y sus plumas blanca bonitas manchadas de sangre. Ya casi muerto el «Chavalo de la película» dio una vuelta feroz y lo pateó, y mientras el dueño del animal muerto quería retirarlo el «Chavalo de la película» batió sus alas, y enarcó su cuello y dejó escapar un cantido aterrador… Don Nicolás se le acercó, el gallo se aquietó, lo tomó por la pechuga y las piernas, y dio la vuelta alrededor repitiendo lo clásico en estos casos… esto sí es gallo, esto sí es gallo…
Hubo un gran silencio, cuando salimos de la gallera alguien preguntó ¿Don Nicolás, porqué le puso «Chavalo de le Película? Mi padre sin volver a ver a nadie respondió: «es que los chavalos de la película nunca pierden». Mejor le hubiera puesto Lucifer a ese hijueputa, respondió la misma voz. A los 13 meses de la pelea llamada diabólica, un martes 13 a la Juanita, la hija de cocinera, se la llevó de «juida» el mandador de la finca vecina. Esa misma noche desapareció «El Chavalo de la Película».
Un ordeñador dijo que lo vio volando sobre el chagüital. Cuando le informaron a Don Nicolás respondió secamente: se lo comieron, lo robaron, o lo mataron por superstición… y no vuelvan a decir nada del gallo… por muchos años después el cuento de que se ese gallo era infernal fue incorporado a los repertorios de los campistas contadores de cuentos en las noche de Tisma.
(*) El Prof. Ricardo Trejos Maldonado, es periodista de vieja data, hijo de gallero y editor de la página de Opinión de El Nuevo Diario y miembro de nuestro Consejo Editorial. Felicitamos al Prof. Trejos por haber estado de cumpleaños el pasado 3 de abril, esperamos que después de este cumpleaños le salga los bigotes de los Trejos. ¡Felicidades!
Publicado en El Nuevo Diario el 24 DE ABRIL DEL 2000.
Foto de portada: Campesinos y pescadores de San Rafael del Sur, observan una pelea de gallos en la hacienda El Bongo.
Articulo publicado en la edición Enero – Febrero 2013