Texto de Róger Matus Lazo
Todo acto comunicativo implica el uso de signos, es decir, unidades portadoras de significación. Estos signos, a su vez, son unidades que se organizan en un código o sistema de signos denominado lenguaje. Quien hace uso del lenguaje, lo hace con una finalidad social, porque se mueve en un entorno humano rodeado de un conjunto de valores (sociales, económicos, culturales, ideológicos, etc.), que condicionan y al mismo tiempo amplían o limitan la significación.
Pero cuando alguien habla o escribe, lo hace a su vez con la intención de ser entendido, y al instante. Esto significa que el receptor debe interpretar exactamente el contenido del signo.
Uno de los problemas que afecta constantemente la comunicación es precisamente el empleo de signos con doble sentido, o sea, con la posibilidad de permitir más de una interpretación. Es el vicio idiomático conocido como anfibología.
Verbos anfibológicos
En nuestro idioma existen determinados verbos, denominados verbos anfibológicos, como arrendar, alquilar, prestar y heredar, cuyo empleo requiere del auxilio de algunas palabras que complementan o especifican el sentido que dichos verbos, por sí solos, no logran expresar con claridad. Veamos.
Mi hermano arrendó (o alquiló) una casa.
Alvaro prestó un libro.
Heredé la camioneta azul.
En todos estos ejemplos, la posibilidad de interpretación es doble. Veamos.
En a), no se sabe si mi hermano “dio” o “recibió” en arriendo o alquiler…; en b), se puede interpretar que Alvaro “dio” o “recibió” en préstamo…; y en c), que “dejé” o “recibí” en herencia…
¿Cómo se evita esta ambigüedad? Agregándole precisamente un vocablo (generalmente un verbo) que le dé precisión al significado. Es lo que hemos hecho en el párrafo anterior. Observemos que el verbo anfibológico es sustituido por un sustantivo verbal:
Mi hermano tomó en arriendo (o en alquiler) una casa.
Alvaro dio en préstamo un libro.
Recibí en herencia la camioneta azul.
Construcciones anfibológicas
En ocasiones, es la construcción misma la que se vuelve oscura, confusa y anfibológica. En tales circunstancias, y dependiendo de la intención, se construye el enunciado que no quepa duda acerca de su interpretación. Veamos algunos ejemplos y las posibilidades de construcción:
Puse un adorno en la mesa de vidrio.
¿Cuál es de vidrio: el adorno o la mesa?
Si es el adorno: Puse un adorno de vidrio en la mesa.
Si es la mesa: En la mesa de vidrio, puse un adorno.
Compré un caballo y una biblioteca que donaré a la comunidad.
¿Qué voy a donar: el caballo y la biblioteca, sólo el caballo o sólo la biblioteca?
Si es el caballo: Compré una biblioteca y un caballo, el cual voy a donar a la comunidad.
Si es la biblioteca: Compré un caballo y una biblioteca, la cual voy a donar a la comunidad.
Si son las dos cosas: Compré un caballo y una biblioteca los cuales voy a donar a la comunidad.
Por ser tan numerosos, hemos remitido por correo las documentos a los clientes.
¿Son numerosos los clientes o los documentos?
Si son los clientes: Por ser tan numerosos los clientes, hemos remitido los documentos por correo.
Si son los documentos: Por ser tan numerosos los documentos, se los hemos remitido por correo a todos nuestros clientes.
Dice el jefe de Juan que su auto está descompuesto.
¿El auto de Juan o el de su jefe?
El auto de Juan: Dice su jefe, que el auto de Juan está descompuesto.
El auto del jefe: Su auto, dice el jefe de Juan, está descompuesto.
Los mismos verbos anfibológicos pueden también emplearse en construcciones en las que no es posible la anfibología. Para ello, basta con recurrir al uso de adjetivos, preposiciones y otros elementos aclaratorios. Veamos.
Mi hermano arrendó (o alquiló) su nueva casa.
Alvaro prestó su libro a un amigo muy pobre.
Heredé a mi hijo menor la camioneta azul.