Voces que nacen, crecen y… mueren

Texto de
Róger Matus Lazo

Róger Matus Lazo

Una lengua manifiesta cambios más o menos acelerados cuando las sociedades experimentan cambios en sus estructuras, como en los casos de invasión y conquista y revoluciones sociales, y en menor grado por migración pacífica. Las variedades que experimenta se refieren principalmente al aspecto léxico-semántico; sin embargo, hay evidencias de cambio en la estructura morfológica de las palabras y aun en su trabazón orgánica. La gramática es más estable.

Cuando se alteran los contenidos de la realidad se altera consecuentemente la lengua, porque son las circunstancias históricas, las relaciones entre los hombres las que en definitiva condicionan los modos de hablar y explican los cambios lingüísticos. De este modo las palabras y giros, gastados por el uso, ceden paso a expresiones nuevas, sorprendentes y matizadas de y energía y afectividad. “Nuevos conceptos exigen palabras nuevas”, dice Bertil Malmberg en La lengua y el hombre, y “nuevos hechos confieren a las palabras viejas un contenido modificado”.

La década de los ochenta significó -entre otras cosas- la emergencia de nuevas costumbres y valores en el contexto de las relaciones sociales y con ellos, nuevas palabras entraron en juego en un proceso de comunicación coloquial que se vio enriquecida y renovada constantemente.

Asimismo, muchas palabras vaciaron su contenido para llenarse de nuevos significados. Y en ese torrente de renovación y cambio, fueron fluyendo las voces en forma espontánea, inconsciente y colectiva. El habla popular abría cauces, y a veces rompía el dique y se desbordaba lanzando sus aguas enturbiadas por el desperdicio.

Una palabra nueva, un neologismo, emergió de las entrañas de la guerra insurreccional, runga, para designar esa lucha armada. De ahí se formaron fraseologismos para referirse más o menos a lo mismo, pero especificados por el significado del verbo: andar en la runga, ir a la runga, estar en la runga, salir de la runga, morir en la runga.

El vocablo surgió, en un comienzo, con tres significados con matices ligeramente diferenciados. Primero significó la guerra de liberación: La runga principió en Monimbó; después, la lucha armada en defensa de la patria: Estos hombres están listos para la runga, y combate o lucha armada: Ese tipo no le teme a cualquier runga. Luego, amplió su sentido para referirse a un trabajo de mucha dificultad y riesgo: Esos pobres viven y mueren en la runga de la mina.

Del sustantivo runga se formaron dos derivados: el verbo runguear y el adjetivo runguero. El primero se aplica al acto de participar en la runga o lucha armada, y en un trabajo con mucho esfuerzo y dedicación: Ay donde ves, tengo que runguearme para darle de comer a mis panzones.

Runguero se aplica a la persona que ha participado en la runga o lucha armada; un combatiente experimentado; una persona dispuesta al combate, y también un individuo de decisión y voluntad para emprender tareas de dificultad y riesgo: Ese tipo es runguero: no recula ante ningún trabajo por difícil que sea.

Un vocablo que amplió su significado es chagüite. Es una voz que viene del azteca zoquitl, ciénaga, lodazal, pantano. En Nicaragua designa, en sentido general, la plantación de plátanos o guineos, “sin duda” -nos dice Cristina van der Gulden en su Vocabulario nicaragüense- “porque para ese cultivo se prefiere el terreno cenagoso o húmedo”. En Chontales, sobre todo, significa también desolladura en el caballo causada por las espuelas. Con la Revolución, el término adquirió un nuevo significado: discurso o alocución, arenga: Soprendió a todo mundo con un tremendo chagüite. Pero bien pronto, el vocablo se matizó de un sentido despectivo: Este no dice nada: es puro chagüite; Yo no pierdo mi tiempo oyendo chagüites. También se aplicó a cualquier escrito bueno en la forma pero sin contenido que valiera la pena: Sólo el primer párrafo es bueno, el resto es puro chagüite.

Del sustantivo se formó el verbo chagüitear: discursear, generalmente en forma insustancial y demagógica: A ése le encanta chagüitear para quedar bien con el Coordinador; y el adjetivo chagüitero, de clara connotación despectiva, para referirse a la persona muy dada a pronunciar discursos, o a la que convence a base de impresión: Ya nadie le cree a Poloncho, porque es chagüitero.

Guardiero es un buen ejemplo de resemantización. El término significó durante la década del sesenta y del setenta «simpatizante o amigo de la Guardia Nacional”. Se empleaba, sobre todo, para referirse a la persona que gustaba hacer amistad con los guardias de su ciudad o pueblo, muchas veces para beneficiarse con algún permiso o concesión: Ese toda la vida ha sido guardiero: guardia que viene, guardia que es amigo de él. Con la Revolución, la voz perdió completamente su significado, talvez porque el sema (“guardia”) poco a poco fue quedando en el olvido, para ser sustituido por otro, de significado ideológico diametralmente opuesto: “ejército”. Guardiero se siguió empleando, pero con otro significado: designaba a la persona prepotente, altanera y autoritaria, rasgos que caracterizaban a la extinta guardia: Ese director es guardiero con los pobres maestros.

El nicaragüense es un gran creador de palabras y expresiones urgido de nuevos significados, y un especialista en resemantizar vocablos y ampliar los sentidos para ajustar matices y recrear posibilidades expresivas.

Un recurso lógico y útilísimo en la lengua como Instrumento de comunicación en toda la extensión del dominio lingüístico, y un procedimiento eficaz para su enriquecimiento y desarrollo.

Pero a veces, la constante y frecuente creación de voces acarrea no pocos inconvenientes. Gran parte del léxico de un idioma es transitorio y por supuesto mudable. El uso determina su durabilidad y supervivencia.

En la actualidad, nuestros jóvenes desconocen muchos términos usuales hace unos veinte o treinta años, y al revés: muchos vocablos de uso común no figuran obviamente en diccionarios viejos.

Los vocablos matizados de contenido ideológico tienen, por lo general, breve vida, pues su existencia está sujeta en la mayoría de los casos a los cambios en las estructuras político-ideológicas. Es el caso de las palabras que aquí hemos consignado: runga perdió toda vinculación con la realidad que significaba y el término quedó en el olvido. Ni siquiera el sentido de trabajo difícil aparece registrado en los diccionarios sobre el habla nicaragüense. De chagüite, sólo han quedado sus antiguos significados, aunque algunos jóvenes todavía lo emplean con el sentido de discurso insustancial. Y en cuanto a guardiero, que también cayó en el olvido, ni siquiera aparece registrado con las acepciones nuevas en los diccionarios más recientes; me refiero al Vocabulario popular nicaragüense, de Joaquim Rabella y Chantal Palláis, publicado en 1994, ni en el monumental Vocabulario nicaragüense (1995), de mi profesora de latín y griego, la holandesa Cristina María van der Gulden.

El padre Félix Restrepo, en su interesante libro El alma de las palabras, afirma que algunas palabras mueren porque desaparece la cosa que significaban, o porque no pueden resistir la concurrencia de otra voz sinónima de más pujante vida. Nuevos objetos -nos dice- vienen a conocimiento nuestro; aplicaciones nuevas de objetos antiguos; las incesantes mudanzas de las cosas, que se ofrecen a cada paso con nuevo aspecto a nuestros sentidos; el continuo desarrollo de los humanos conocimientos que sin cesar aumenta y aclara, distingue y analiza los conceptos; los diversos matices que cada uno puede dar a sus ideas, y los variadísimos sentimientos que conmueven y agitan nuestro ánimo.

Citemos unos ejemplos: como escupir y escupida son voces demasiado familiares, en un ambiente culto se prefiere expectorar y expectoración.

Estos términos, a su vez, están relegando al olvido otros dos igualmente cultos esputar y esputo. He aquí las causas que dan razón del frondoso desenvolvimiento semántico de las lenguas.