Grabado de la ciudad de León de 1857.
Mario: Cuando los ojos anglosajones de Ephraím George Squier, se posaron sobre las tierras casi vírgenes de nuestra Nicaragua de la primera mitad del Siglo XIX, le despertaron su visión y avidez de portador de las buenas nuevas del capitalismo en expansión de su país. También le hicieron revelar tentaciones de posesión sobre ellas, diplomáticamente mal disimuladas, con el pretexto, largamente blandido, de construir en nuestro territorio un canal interoceánico.
Al menos, y para suerte nuestra, junto a las descripciones maestras que le provocaron nuestros paisajes, nos legó interesantes observaciones y detalles sobre las costumbres y la idiosincrasia de nuestros antepasados. A la vez que las impresiones de Squier delatan sentimientos de rivalidad del pariente nuevo-rico hacia sus ascendientes ingleses, que entonces aún aspiraban a prolongar su enclave colonial de la costa caribeña hacia todo el territorio nicaragüense, no ocultaba su desdén hacia algunas costumbres heredadas por los nicas del recién desplazado colonialismo español, como es el caso de las peleas de gallos. Al principio del capítulo XII de su obra “Nicaragua, sus gentes y paisajes”, Squier ofrece su impresión (su cuasi mala impresión) de estas peleas que, al parecer, vio por primera vez en León, en 1849. Por creerlo de interés para tus lectores de “Gente de Gallos”, te las transcribo:
“Gastada la novedad de una primera visita -comienza Squier—, es poco lo que de interés queda por ver a un extranjero en León. No hay diversiones permanentes, salvo la gallera que abre todos los domingos por la tarde. Siempre se llena, pero es poca la gente de la mejor sociedad que va a ella. Está cercada por una valla de cañas de unos cuatro pies de alto que circundan bancas como de galería de teatro, y lo cubre todo un techo pajizo. En los corredores de la casa hay jaulas en que se guardan los gallos antes de echarlos a pelear, y allí están la esposa y las hijas del propietario vendiendo chocolate y golosinas a los concurrentes. No se permite la venta de aguardiente en el local. Y el gobierno, muy previsoramente, manda siempre allá a un alcalde y unos cuantos soldados a mantener el orden.
“La entrada cuesta medio real, y cualquiera puede llevar un gallo: si alguno de los dueños no encuentra oponente para el suyo, el propietario de la gallera está en la obligación de enfrentarle uno de sus propios animales. A él se le paga cierta cantidad por cada pelea que se concierta, una cuarta parte de lo cual pasa al erario municipal. Una sola vez fui al lugar ése, y creo que la riña de gallos tiene muy poco de lo que se entiende por deporte.
Ephraim George Squier, Ministro Norteamericano en Nicaragua.
“Concertada una pelea, se ata a la pata derecha de los gallos una larga y corva navaja de acero de dos filos -muy filosa y puntiaguda como una aguja—de tres o cuatro pulgadas de largo, con la que casi invariablemente se destazan desde el principio. La pelea dura por tanto muy poco; en un dos por tres queda necesariamente uno de los dos animales fuera de combate. Aunque las apuestas no son elevadas, el entusiasmo sí lo es. En otro tiempo, según me informó el propietario, asistían todos los caballeros de la ciudad y se apostaban buenas onzas de oro en vez de sucios reales como ahora; y al decir esto sacóse del bolsillo un puñado de ellos con gesto desdeñoso, y luego de mal modo se los volvió a embolsar. Esperaba, dijo, que las cosas cambiaran. Aceptaría cualquier cambio con tal de que le trajera de nuevo a los caballeros con sus añoradas onzas áureas.
Más no porque la gente más respetable de León se abstenga de ir a la gallera ha de creerse que sean enemigos de esa diversión. Por el contrario, en los corredores interiores de las casas y en ninguna más frecuentemente que en las de los curas casi siempre se ven una docena de buenos gallos de Nicaragua a los pilares, o si no se les ve se les oye. Grupitos privados también se reúnen por las tardes a echarlos a pelear y no es raro que en tales ocasiones, si los informes son verídicos, aquellas onzas de oro pasen discretamente de un bolsillo a otro.
Con ese poco aprecio que se nota en Squier por las peleas de gallos, y con el bajísimo nivel educativo que el conoció aquí, tanto que llego a sugerir que a los “credos y catecismos que se leían en la universidad de León… “asígneseles lugar y hora apropiados (porque) no constituyen parte de la educación, y su influencia sobre la mente de la juventud es congelante y opresora”, imagino, Mario, que jamás se le hubiera ocurrido pensar que aquí, en el Siglo XXI, podría haber una publicación como la tuya dedicada exclusivamente a los gallos. Y si alguien se lo hubiese insinuado, la habría tomado como una solemne locura.
Pero ya vemos, ahí está tu “Gente de Gallos”, retando también a la imaginación de los nicaragüenses actuales, aunque tampoco ahora gocemos del más avanzado de los sistemas educativos, y cuando el catecismo amenaza seguir en lugares no apropiados de nuestra educación.
Te deseo un éxito permanente con tu revista
Managua, 27/12/03.
Nota: Gracias Onofre por su hermosa colaboración para la historia de la gallística nicaragüense.