Marcelita Morales González.
Texto y fotos de Mario Tapia
“Lo llevamos a Costa Rica, a Santa Cecilia, ahí le pegaron un tirazo a la entrada y todo mundo gritaba: “muerto el gallo”; tocan campana y el gallo, como quien dice: “todavía estoy vivo”. Lo digo con emoción, porque es una cosa de lo más lindo, él va con la chorrera, y entonces, cuando lo pone el hijo mío, hace ka ka ka, y mire, se topa con el gallo kra, kra, y allá cae el gallo contrario, muerto. Son peleas emocionantes porque iba con medio millón de colonos ese día”, nos describe José Adán Morales, cómo su gallo, “El Quiebra Jícara”, ganó una de sus 14 peleas en Costa Rica, hace dos años.
José Adán Morales, tiene sesenta años y cuarenta de criar gallos. Nació en Aponpuá, comarca de Potosí, Rivas. Su mayor gloria gallera es haber sacado “El Quiebra Jícara”, gallo hijo de una gallina que le regaló un amigo de Managua, y un gallo Shamo que le compró a Moncho Cruz. Según nos cuenta José Adán, el gallo ha dejado una reguera de muertos y de triunfos en los redondeles donde ha jugado en navaja de dos rayas.
José Adán nos sigue diciendo: “En el pueblo de Potosí no han existido muchos galleros, pero los pocos que ha habido han sido buenos y apasionados, como los Guerra, Argüello, José “Chepito” Cabezas y todos sus hermanos que ahora están retirados. Sin embargo, yo he hecho nuevos galleros en el pueblo, como a Ramón Ugarte “Cascarita”, a Martín “La Tereca” y otros que no me acuerdo en estos momentos de sus nombres”.
José Adán Morales.
Yo, Mario, no soy fachento porque soy pobre; soy luchador, lo más caro que ha jugado, “El Quiebra Jícara”, ha sido con 10 mil córdobas, en Diriomo, y lo ennavajó “El Chino”. Posteriormente, lo hemos ganado aquí a los mejores galleros. Ya racié al “Quiebra Jícara”, un hijo de él me lo llevé para Niquinohomo, se lo eché a un señor de apellido Abaunza (Fernando); mira, se lo tenemos muerto el gallo, pero estos gallos son muy fogosos, los hijos de él, y siempre ponen los gallos, y estaba Salvador Delgado allí, ese día, y los ponen los gallos y se deja ir el mío alagartado y el otro gallo fue lo último que hizo, pá, y me lo mató de un solo a mi gallo; entonces, Salvador Delgado decía, un gallo imperdible. ¿Cómo va a ser posible que lo mate un gallo muerto?, pues el gallo de Abaunza salió a morir. Después, jugamos para el 8 de diciembre otro hijo del “Quiebra Jícara” aquí, en San Jorge, para el 22 jugamos otro y allí hizo un gran alzo; yo se lo di a cuidar al gordo Grío. Tal vez usted vio esa pelea, don Mario, que ganó el gordo; lo echaron con 10 mil pesos y el pollo pa, pa, pa resolvió, lo más en tres minutos ganó su pelea”.
Los Morales González: Una familia de galleors
José Adán Morales, no solamente es un apasionado y (descriptor) gráfico de sus gallos, también lo son sus hijos Gerald y su hija menor Marcelita (19), quien nació entre las aves, cuida y alimenta a todos los gallos del cuartel de José Adán; también lo es su esposa, doña Margarita González, de quien José Adán dice: “Gracias a Dios, Mario, aquí han sido alcahuetes conmigo desde que comencé a jugar gallos mi hija Marcela y mi mujer; aquí hay como 25-30 gallos metidos, y usted puede revisar los gallos si están picados; aquí no se pica ningún gallo, no se tuertea; si hay un tuerto, es ese padrote que es tuerto, porque se tuertió jugando”.
José Adán: Un plumero empedernido
José Adán nos dice: “Mario, yo he tenido suerte en los gallos, porque te digo que en lo único que gasto es en la comida de ellos, creo que yo gasto más en la comida de los gallos que en la comida de mi casa. Creo en la pluma del gallo rojo cuando la luna está llena y en el gallo Blanco cuando la luna es tierna. Cuando la luna está en Menguante, el gallo giro y búlico; pero la pluma más eficaz para mí, como José Adán Morales, es la pluma roja. Sin embargo, para mi gallo “El Quiebra Jícara” ha sido un gallo excepcional; para él no ha habido pluma, perdiendo los giros, yo echaba mi gallo giro pra, pra, pra, resolvía. Voy a morir con mis gallos, porque mis hijos varones, los dos son galleros, y si yo quiero dejar los gallos ellos no me dejan”.
Marcelita Morales González, tiene 19 años de haber nacido en una casa llena de gallos y granos para los mismos, trabaja en una farmacia y el resto del tiempo lo dedica todo a alimentar y cuidar los gallos de su padre, don José Adán Morales. Ella, nos dice: “Estoy ligada a los gallos prácticamente desde que nací; mi papá es gallero, desde ese momento comencé a ver a los gallos; igualmente, cuando él salía a las galleras iba con él, porque siempre he estado pegada a él, no me separaba, y ahora que estoy más grande, no dejo de ir a las galleras.
Cómo mujer joven, ¿qué es lo que más te atrae de los gallos?
Es una forma de diversión en la que uno se distrae, igual en la vida personal, es ir superando las razas de los gallos, porque el mayor anhelo que un gallero tiene es tener un buen gallo, y luego cuando vas a la gallera el estrés, los problemas se te olvidan, porque en ese momento estás enfocado en tu gallo, en la pelea, en que querés ganarlo, en qué hacer con tu gallo, en qué pasó con él.
Me dicen que gritás tus gallos, ¿es cierto?
Es cierto, la emoción, es parte de la emoción de las peleas de los gallos, uno se emociona y entonces se vuelve un poco gritona… ¡vamos mi gallo! Es la emoción del instante.
¿Y vos también crees en la suerte y en la pluma como tu papá?
Yo creo más en la suerte, pero no en la pluma. Yo creo que la base del gallo bueno es la alimentación, la raza, el cuido, el ennavajador que sea derecho, que vaya contigo.
Y de todos los gallos que hay aquí, ¿cuál es el gallo que más queres?
Un gallo giro que tiene mi papá, y que es el que ha ganado más veces, “El Quiebra Jícara”; también hay otro, que es el Consentido, que es un gallo coludo, así le decimos, por el tamaño de su cola.
Muchas personas creen que las mujeres no van a las galleras…
Es cierto, pero las galleras son unos lugares donde podés ir con tu familia, adonde llegan cantidades de mujeres, porque no puedo decir que llegan cuatro, que llegan seis, llegamos muchas: jóvenes, de más edad y hasta ancianas que les gustan los gallos”.
Apostó hasta los reales de la comida
Doña Margarita González, es la madre de Marcelita Morales y esposa de José Adán Morales. Ella también nos cuenta: “Una vez que José Adán no tenía plata, y me dice: quiero ir a los gallos, pero cómo hacemos, solo tenemos los riales de la comida. Llevatelos, le dije yo, porque yo tenía una gran confianza en esos gallos, y al día siguiente yo amanecí con el doble de la plata que teníamos.
¿Y usted apuesta a los gallos?
Ah, claro, yo confío en los gallos que tenemos y en la suerte.
¿Y cuántas veces ha perdido?
Ah, claro, es que uno gana y pierde en los gallos, pero no llevo el conteo d eso.
¿Y cuánto es lo que más ha ganado?
Lo más que he ganado son 500 pesos, porque no apuesto más.
¿Y qué piensa de que su hija Marcelita sea gallera?
Ah, me gusta, porque usted sabe; yo pienso que estamos en un país libre, y ella, como mujer, decide; a la edad que tiene, ella mira lo bueno y lo malo. No soy una madre celosa y sé que mi hija es una muchacha muy centrada y ojalá que más adelante tenga suerte”.
¿El gusto por los gallos?, no sé de dónde…
“Muchas veces me he puesto a pensar de dónde me viene ese gusto por los gallos; en las familias de mis primos, de mis hermanos, a ninguno le llama la atención como a mí; ellos me miran cuando estoy con los gallos, me preguntan, ¿qué les hacés, por qué los rasurás, por qué los ponés al sol, por qué les das esa comida?, preguntas así, pero no es un interés como el mío; a mí me gustan”. Estas palabras son expresadas por Wiston Pasos Arriola, gallero de Potosí, Rivas, nacido hace 40 años.
Wiston recuerda que: “Un día, cuando tenía 8-9 años, salí al patio de mi casa y miré a dos gallos porrocos peleándose en el patio, y desde ahí me llamó tanto la atención, que todas las mañanas me levantaba y los echaba a pelear; ellos se desapartaban, uno se corría, y yo buscaba cómo siguieran tirándose, peleándose. Entonces, cuando uno no quería, agarraba al que ganaba y me cruzaba al patio del vecino que tenía un gallo porroco y se lo tiraba; (sentía) el gusto de verlos pelear, de ver que se agarraban. Los primeros gallos de combate que conocí fueron los de don José “Chepito” Cabezas, Tito Cabezas, los hermanos Cabezas de aquí, de Potosí. Había un señor de nombre Juan Guerra, que criaba gallos y también su hermano, don Luis Guerra; pero a ellos no los conocí, porque ya estaban bastante mayores y cuando a mí me empezaron a gustar los gallos los Guerra ya no tenían animales, pero en el patio de los Cabezas sí había gallos, era un patio de casi media manzana.
Wiston Pasos Arriola.
Ellos manejaban 200-300 animales, y yo me llegaba a meter a la casa de ellos y les preguntaba que si les ayudaba a darles de comer, a ponerles agua, a sacarlos al sol y ellos, en ocasiones, me dejaban y ahí se me desató el gusto y la pasión por los gallos. Criando mis propios animales, ya llevo casi 15-17 años; mi primer animal se lo compré a don Adán Morales, de Apompuá. Para empezar, sin mucho conocimiento, y no es lo que tenga más ahora, pero uno va a aprendiendo su poquito. El padrote de mejor calidad lo adquirí en Jinotepe a través del señor Ramón Cruz, Moncho Cruz, le dicen al él, se lo compré en 150 dólares, y de ahí la línea y la crianza que tengo ha venido saliendo y mejorando de amigos galleros que tengo, gallinas de donde el señor Denis Morales, de San Jorge, y así hemos ido haciendo combinaciones entre gallos y gallinas conseguida de amistades. Hoy no me quejo, no se puede decir que sólo uno va a ganar, pero se mantiene el gusto, se gana y se pierde”.
Wiston con fama de cirujano de gallos
Pueblo pequeño infierno grande. En Potosí, como pueblo pequeño, todo se sabe y hay quienes aseguran que Wiston Pasos, intentó hacer el primer trasplante de corazón a un gallo. Wiston, sin embargo, lo niega y afirma: “No, esos son chiles y bromas de la gente; yo he trabajado en farmacia 15 años y en una ocasión, estando chavalo, solté un gallo al patio, les volaba la comida y el gallo de repente se le miraba el buche grande y crecido. Le volaba la comida, él salía desesperado a querer comer, agarraba el grano de maíz y lo botaba; en ese plan pasaron dos, tres días hasta que me decidí agarrarlo, pero cuando lo agarré como que el gallo había perdido demasiado peso y el buche lo tenía siempre crecido.
Lo que hice entonces, fue que me traje guantes de la farmacia, bisturí, alcohol, todo como un cirujano y decidí abrir al gallo y le abrí el buche y le encontré que se había comido tres chocorrones de excusado, unos negros que tienen las patas como espinas. ¿En dónde los halló el animal?, no sé, pero él se los tragó y los chocorrones quedaron trabados en su buche y parece que hicieron obstrucción en la pasada de los alimentos. Y total, que el gallo se me murió por los chocorrones y la rajada.
Un amigo entró al patio, y entonces salió con el chile que yo le estaba haciendo trasplante de corazón al gallo, que le estaba poniendo el corazón de una paloma al gallo, y que éste había vivido. De ahí empezó la broma, eso no existe eso es mentira.
Prótesis a la pata de un gallo
Lo que sí es cierto, es la prótesis que le puse a un gallo. Había un muchacho en Rivas que tenía gallos de pulgada, él se llama Francisco Gallegos, está retirado ahora de los gallos. Entonces, la farmacia en donde yo trabajaba era de su mamá; él me regaló un gallo giro de pulgada. El gallo tenía un problema de clavo en la pata; entonces, sin mucho preguntar y por tratar de hacerlo sobresalir, a los diítas agarré una Gillette y dije: yo le saco ese clavo al animal, que debe ser alguna raíz, que hay que sacársela. Le rajé la pata al gallo, le saqué hasta donde pude, pero parece que le toqué el hueso y el animal agarró infección, la pata se le infectó hasta el codo, se le cayó y se la tuve que eliminar; quedó cojo hasta donde empieza la carne. En la casa andaba una muñeca de una sobrinita, agarré la pata de la muñeca, se la puse al gallo e increíblemente el gallo supo dominar la pata de la muñeca, corría, cubría, peleaba, excelente el trabajo con el gallo. Es una lástima que no teníamos una cámara en ese tiempo, porque pudiéramos estar haciendo prótesis para humanos o para otros animales”.
Un municipio de galleros jóvenes
El municipio de Potosí, Rivas, tiene diez comarcas y en todas ellas en sus fértiles patios se ven gallos y gallinas de casta. Wiston nos relata de nuevo: “Hay muchos muchachos jóvenes, 14, 15, 16 años, que le gusta venir a meterse a los gallos. Yo ahorita manejo cerca de 15-18 animales, esa es mi capacidad. Entonces, ellos de paso están viniendo al patio (a preguntar) que si tengo un gallo que se los venda, que quieren ver. Hay bastantes muchachos nuevos que andan involucrados en esto, jóvenes que ahí van a ir aprendiendo que esto no es ni de ganar ni de perder, sino que hay que saberse mantener y manejarse en esto. Los gallos son mi hobby, lo que me dan los gallos es satisfacción, no vamos a hablar de dinero, eso es mentira, no conozco a la persona que se haya hecho rica a punta de gallos; los gallos lo que dan es satisfacción, dan alegría, es un hobby, es el deporte de cada persona, como el que le gusta jugar billar que juegue billar; el que le gusta jugar béisbol que juegue béisbol y al que le gustan los gallos que se dedique a los gallos, y así van a sentirse satisfechos. Creo en la suerte, en la pluma no”.
Lester Octavio Zapata.
Jimmy Leal.
Norlan Genaro Leal.
Reynaldo José Delgado.
Oscar Danilo Arcia.
Los cabezas
José Antonio Cabezas Salvatierra, nació en 1948, es parte de una gran familia de galleros integrada por diez hermanos: Carlos Alberto, Víctor Manuel, Rafael Ángel, Juan Agustín, Sofonías, Juan Agustín, Adolfo, Gustavo y Adolfo Cabezas Salvatierra, este último ya es fallecido. Los Cabezas son hijos de don Carlos Manuel Salvatierra Muñoz, viejo gallero de Posotí, Rivas.
José Antonio es el menor de sus hermanos y sus recuerdos son los siguientes: “Mi papá tenía unos gallos “pujagua”, que eran de la sangre de los gallos de don Juan Cordón. Cuando yo tenía 10 años, ya Juan Guerra, Ernesto Guerra y Gustavo Martínez eran galleros; había otro gallero en la Calle de Enmedio que se llamaba Manuel Salvador Villarreal, y otro Villarreal que tenían riales. Además, estaban don Luis Argüello, Luis Rodolfo Argüello, buenos galleros y de aquí de Potosí.
Don Henry Urcuyo Maliaño, tuvo una gallera aquí que la manejaba don Juan Guerra con Ernesto Guerra. En la gallera había un palo de guayacán, le decían a la gallera “El Guayacán”, también había un árbol de níspero; ellos llegaban a comer, a echarse sus tragos y a jugar sus gallos; alegre pasaban. Yo tenía como 18 años. El ennavajador más famoso de Potosí era don Joaquín Herrera, también era cuidador de gallos, se los cuidaba a don Germán, que tenía 30-40 gallos. Aquí recto era la gallera, ya fallecieron esos amigos y se acabó la gallera, porque don Juan no quiso seguir, ese hombre era muy recto; que va, Juan Guerra era gallero de palabra.
De todos mis hermanos solamente un sobrino: Víctor Manuel, salió gallero. Tres de nosotros armábamos: Víctor Manuel, Sofonías y yo, y el que soltaba era mi hermano Juan Agustín. Todos pegábamos, nos enseñó don Juan Guerra, quien también era padrino de todos nosotros. Nuestra raza la obtuvimos de las razas de don Henry Urcuyo, y Ernesto y Adolfo Guerra, quienes nos regalaron gallos. Aquí se jugaba semanalmente; venían galleros de Belén, Buenos Aires, Rivas, San Juan del Sur; hacíamos peleítas hasta de cinco mil pesos, se ponían bonitas las jugadas. Te hablo de 35 años atrás, cuando era bonito, porque el movimiento de plata era poco.
Víctor Manuel y José Antonio Cabezas Salvatierra, viejos galleros de Potosí, Rivas.
El gallo más caro que compré fue a los salvadoreños en una jugada internacional, que hubo en gallera de Las Esquinas; eso fue hace más de 30 años. Allí estuve yo, Mario, con Carlos Argüello, que era muy buen amigo de nosotros y por él me conseguí ese gallo, me costó 300 dólares.
Galleros peleros de los de Potosí
Conocí a José Antonio Cabezas, hace más de cuarenta años, en las galleras. Sinceramente, no sabía que tantos galleros creyeran en los colores de los gallos y el peso de la pluma. Hoy, José “Chepito” Cabezas, me confiesa: “Vos sabes, Mario, que a las mujeres no les gusta que uno ande en las galleras, porque no quieren que uno vaya a malgastar la plata, porque hay algunos galleros que si ganan vienen con sus cervezas, y si pierden la misma cosa. Ahora ya voy sobre tres años que me retiré de los gallos, un 22 de abril. Pero a mí no me fue mal en los gallos, porque yo creo en la suerte y en el pelo. Cuando yo miraba en las galleras que estaba pegando el pelo rojo, siempre el gallo rojo, las fechas, como el 15 por allí; 13, 14, 15 esos días, estaba la Luna ya sazona y el color rojo se imponía. Los días 5, 8 el pelo más claro, está la Luna tierna, el pelo blanco, y era efectivo. Yo ennavajaba, pero también buscaba la suerte; si yo miraba que otro ennavajador estaba pegando, cuando iba ganando tres peleas iba agarrando el viaje; 3, 4, 5 el pelo. Tenía buenas navajas y buscaba quien me afilara bien, por ejemplo, un carajo de Rivas que ya murió Marquito, él me afilaba, otro de Tola me afilaba antes de Marco.
José Ramón Bustos.
En ese tiempo, Mario, nosotros ya nos conocíamos, hace como 40 años. Claro, los dos, y vos sabés que nosotros éramos unos rivales en los gallos, que como comenzábamos así terminábamos, como amigos. Lo que dan los gallos son amistades, amigos, y la relación que yo tenía, como decir con vos, con ciertos amigos, porque no con todos tengo esa amistad de tantos años. Si yo voy donde Augusto Colegial, hay un cariño profundo allí. Antes que rivales, los galleros somos amigos. Pero lo que te sé decir, es que todo gallero es un rival duro cuando ya su gallo lleva navaja”.